viernes, 21 de febrero de 2025

XV y último: UN DOMINGO EN LAS REGATAS



La bomba estalló en el desayuno.

-Señor. Su hermana le ha llamado por teléfono esta mañana.
-¿Mi hermana? ¿Mi hermana Ofelia?
-Así lo manifestó, señor.
-Es la única hermana que tengo, a Dios gracias. ¿Desde dónde llamaba?
-No sabría decirle señor.

No hubo tiempo para más disquisiciones. Sonó el timbre y, segundos después, Ofelia Victoria Catalina Fermanag, née Sans-Foy, condesa de Tyrconnel, entró en la habitación con el aplomo del condottiero Gattamelata.

-Hola, feo.
-Hola, calabaza. ¿Qué tripa se te ha roto?
-Necesito tu insignificante presencia en mis dominios. –Esto lo dijo mientras se servía MI té en MI taza, con la repulsiva familiaridad de quien te ha conocido en pañales-
-¿Has ahogado ya a esos monstruitos a los que llamas hijos? –le dije- De otro modo, me niego en redondo a compartir mesa y manteles.
-No seas imbécil. Tim y Toby son tus herederos. Algún día los llamarás desde tu lecho de muerte para suplicarles que acepten los insignificantes restos de tu desgraciada existencia.
-Muy improbable. Entre tanto, devuélveme esa taza. Porridge te traerá una.
-Tómate tu té y tu huevo revuelto. Te necesito en plena forma. ¿Qué hay en esta bandeja? ¡Arenques! Traiga un plato, Porridge.
-¿Te importaría sacarme de las tinieblas? ¿Qué quieres de mí, aparte de saquear mis víveres? 
-Todo llegará. De momento, cómete ese arenque. Este otro me está mirando.

Los arenques fueron satisfactoriamente deglutidos, untadas las tostadas, y la tetera vaciada, antes de que pudiera enterarme de los cargos que se me imputaban.

-Los Forrester van a visitarnos en Killarney para las regatas. Tienes que venir. El honor de la familia está en juego.
-¿Los Forrester? ¿Fred y Endora Forrester? ¿Qué tienen que ver esos pelmazos yanquis con las regatas? 
-Nos han desafiado a una regata familiar. Fred Forrester, su ayuda de cámara y sus dos hijos varones remarán contra tus adorables sobrinos.
-Mis apestables sobrinos son dos. Ahí faltan remeros. 
-El tercero y el cuarto iban a ser mi marido y su primo Patrick, pero Charles tiene un ataque de reúma, y Patrick... está pasando una temporadita... en la cárcel.
-¿?
-No preguntes. La política irlandesa es complicada.
-¿Y pretendes...?
-Tú y Porridge completaréis la tripulación. Levántate. Tenéis que entrenar. La regata es el domingo próximo.

Si bien mi hermana dista aún de los estándares de autoritarismo que tan merecida fama han dado a tía Raspa, puede afirmarse que progresa adecuadamente en el cursus honorum de la tiranía. Quiero decir que en seguida se da uno cuenta de que toda resistencia es inútil. Cuando nos quedamos solos, interrogué a mi compañero de bancada:

-¿Qué tal rema usted, Porridge?
-En mis tiempos no lo hacía del todo mal, según dicen.
-Repetiré la pregunta. Fíjese en el tiempo verbal. Es importante: ¿qué tal rema usted, Porridge?
-Temo no estar en la debida forma, actualmente.
-Somos máquinas oxidadas. Vamos a tener que trabajar duro, si no queremos que el deshonor, la ignominia y el oprobio caigan sobre nosotros.

Dos días después, Porridge, mis sobrinos y yo surcábamos las frías aguas del lago Leane a la velocidad de un pato que se hubiera atracado de coles, caracoles o lo que diablos coman los patos.

-Esto es un desastre. Sobrinos, sois la vergüenza de la familia. Ése solía ser mi puesto, pero me habéis destronado como a un ciervo viejo.
-No... uf... tenemos... costumbre...
-...de remar tan temprano.
-Dejad de hablarme en contrapunto. Sabéis que lo odio.
-Lo...
-...sabemos.

En ese momento, vimos a lo lejos algo parecido a un fueraborda peinando el agua hacia Innisfallen, como un cormorán que temiese llegar tarde al pub.

-¿Eso son los Forrester?
-Así parece, señor.
-¡Reman como malditos posesos!
-Su peor tiempo son 19 minutos, 10 segundos, señor.
-¿Y el nuestro?
-Creo que el señor preferirá continuar a oscuras sobre ese punto, señor.
-Estamos fritos, Porridge. Necesitamos un milagro. Uno del Antiguo Testamento, que son los buenos.
-Participo de su misma opinión, señor.

La ebullición deportiva fue in crescendo el resto de la semana. Las regatas oficiales, con efusión de sombrillas y chaquetas a rayas, se celebraron el sábado, y el domingo por la mañana, los clanes Sans-Foy y Forrester se aprestaron a batirse, remo en ristre, bajo los torreones del castillo de Ross.

-Bien, Porridge. ¿Cree que tenemos alguna posibilidad?
-Los Forrester hicieron ayer 18 minutos 30 segundos, señor.
-¿Y nosotros?
-Parece que la mañana va a ser soleada, señor.
-Lo he pillado, Porridge. No insistiré. ¿Y vosotros dos, zampabollos? ¿Estáis en forma?
-Yo, sí. Toby estuvo anoche de farra.
-Cállate, idiota.

Con tan entrañable esprit de corps nos dispusimos a oír el cañonazo de salida.
Según supe por Toby, en el Killarney Arms pagaban ocho a cien por nosotros, y en la Posada del Perro, uno contra nueve.
Pero los Sans-Foy no somos gente a la que se desaliente con malos presagios. Firmes en el remo, salimos disparados tras la estela de los Forrester, si bien, tras las primeras quinientas yardas, casi los habíamos perdido de vista.

-¿Dónde diantres están?
-Muy a estribor, señor.
-¿Estribor es la derecha? 
-Sí, señor.
-¡Pues hable claro!

En la boya de una milla íbamos echando el bofe, pero los Forrester estaban haciendo cosas muy raras. Desde luego, remaban más rápido, pero su trayectoria era errática. Primero se perdieron hacia estribor, o como se diga. Luego, corrigieron el rumbo y nos tomaron de nuevo la delantera, pero volvieron a desviarse hacia la derecha, como si se los llevase el viento. Cuando quedaban mil yardas para la meta íbamos casi en paralelo. Ambas tripulaciones redoblamos nuestro ritmo, pero, cuanto más rápido bogaban los Forrester, más perdían el rumbo. Con Porridge a la proa, Toby y Tim en el centro y un servidor a popa, el Argos amarillo de los Sans-Foy posó su panza sobre la playa de Innisfallen. 
No hubo púberes canéforas que coronaran nuestras sienes con mirtos y laureles... pero la visión de los Forrester peleándose entre ellos a cien yardas de la orilla fue igualmente homérica. 
Habíamos ganado, tanto a los elementos como a las naves enemigas.

-Los milagros existen, Porridge.
-Así me lo han asegurado, señor.

Regresábamos a la civilización en el ferry de Portsmouth. La brisa marina tonificaba nuestros pulmones y el rumor alado de victoria resonaba en nuestros oídos. Éramos héroes regresando al hogar.

-La verdad es que mis sobrinos no han puesto mucho de su parte. 
-Su rendimiento es mejorable, señor.
-¿Mejorable? ¡Vaya par de zampabollos! Nosotros sí que hemos dado el do de pecho. Creo que no es injusto decir que usted y yo hemos sido los artífices del triunfo.
-(...)
-Porridge... En confianza...
-¿Señor?
-¿Hemos hecho trampa?
-Yo hablaría más bien de negligencia en el equipo contrario, señor.
-¿Por qué diantres no eran capaces de navegar en línea recta?
-Cuando uno embarca en un bote, debe asegurarse de que los remos de ambos lados sean de la misma longitud.
-¿Y los de los Forrester no lo eran?
-Así, a ojo, calculo una diferencia de ocho o diez pulgadas, señor.
-Muy negligentes, estos Forrester. Y dígame, por curiosidad... ¿ha hecho Vd. alguna especulación deportiva?
-He ganado cien libras, señor. Creo que no sería conveniente volver por la Posada del Perro en una temporada, señor.
-Y por el Killarney Arms tampoco. Yo he sacado trescientas. ¿Le apetece langosta para cenar?
-Me encantan los crustáceos, señor.

Aquí terminan los Pedigree Talks. Me he divertido escribiéndolos pero todo llega a su fin. Gracias por leer. Sic transit gloria mundi.

viernes, 14 de febrero de 2025

XIV. LO QUE PORRIDGE HA UNIDO, QUE NO LO SEPARE EL HOMBRE


Donde sabremos que, en el amor, nada es lo que parece. Ni siquiera entre los Windsor (de solteros, Sajonia-Coburgo y Gotha)

“Eugène, deja lo que sea que estés haciendo y ven urgente hoy. STOP. Traje etiqueta STOP Camisas pechera dura. STOP. Hoy, Eugène, por Dios y los Santos. STOP. Lou”.

Encontré el telegrama sobre la mesa del desayuno. La joven Lady Parsons, apremiante, comme d’habitude. 

-¿Qué opina, Porridge?
-Milady parece requerir su presencia con cierta vehemencia, milord.
-Hasta ahí llego, Porridge, pero, ¿a qué viene ese asunto del traje y las camisas?
-El traje de etiqueta podría sugerir la presencia de una visita de cumplido.
-¿Y las camisas de pechera dura?
-Comparto plenamente el criterio de milady.
-Qué diantres... Está bien. Si salimos ahora, llegaremos para la cena. Con una visita de postín, Mrs. Muffwater se habrá esmerado, y el viejo Lord le habrá dado a McGrog carta blanca en la bodega. Guarde el arenque ahumado en la fresquera y haga las maletas, Porridge.

Llegamos a Parsons Manor bajo el rosado manto del crepúsculo. El ambiente era el de Fort Bravo aguardando la inminente visita de los indios mescaleros.

-¡Eugène! Menos mal que estás aquí... ¡Corre a cambiarte!. ¡Llegará para la cena!
-¿Quién llegará? ¿Isadora Duncan? ¿Rasputín?
-Oh, Eugène... no seas absurdo. ¡El Príncipe de Gales! ¿No recibiste mi telegrama?
-Tu telegrama hablaba de pecheras duras. Ni una palabra sobre la Casa de Windsor.
-Estoy un poco sobrepasada. Anda, sé bueno y sube a cambiarte. Tengo mucho que hacer.

La tarde se eclipsaba tras las colinas cuando apareció la solemne procesión de Rolls-Royces. Formamos ceremoniosamente para recibir a Edward Albert Christian George Andrew Patrick David. Él saltó del estribo y el invierno de nuestro descontento se tornó en glorioso verano bajo este Sol de York.

La cena estuvo a la altura del regio huésped. Puede que la cocinera haya tenido que guardar cama tras tan titánico esfuerzo, pero el ris de veau a la maréchale aux navets safranés mereció el elogio de Su Alteza Real. Mrs. Muffwater podría ser embalsamada o conservada en formol sin perder por ello su beatífica sonrisa.
La sobremesa fue breve, porque el Príncipe volvía fatigado de Escocia, pero, al pasar a mi lado, me dio una palmadita y me dijo:

-Sans-Foy, muchacho... me alegra verte. Charlaremos en el desayuno. Tráete a ese irlandés tuyo.

Puse al corriente a Porridge mientras me preparaba el baño.

-“Ese irlandés mío” es usted, Porridge. No creo que se refiera a mi abrigo de paño de Galway.
¿Qué diablos puede querer de Vd. el Príncipe de Gales?
-No puedo aventurar ninguna sugerencia al respecto, señor.

En Parsons Manor el gong del desayuno eclosiona invariablemente a las 9.30 horas.
A las 9.31, la sala de mañana del castillo estaba más concurrida que Piccadilly en día de paga.
Docenas de huevos fueron engullidos, solos o en compañía de jamón. Regimientos enteros de salchichas y arenques se abrieron camino hacia los respetuosos y hambrientos estómagos de los cortesanos de Su Alteza.
El príncipe tenía un aspecto verdaderamente regio sentado en su sillón, con un enorme perrazo del tamaño de un pony de Shetland a los pies.

-Sans-Foy, buenos días. ¿Está por ahí ese muchacho suyo? Tengo que pedirle un gran favor.

Porridge entró en la sala y se cuadró como un granadero que va a ser condecorado.

-¿Es Vd. Porridge?
-Para servir a Vuestra Alteza.
-Mi montero mayor, O’Brian, me ha hablado maravillas de Vd. Quisiera presentarle a Deirdre. 

En ese momento, el enorme perrazo, que resultó ser una hembra, se alzó en todo su porte y se dirigió majestuosamente hacia Porridge, quien le colocó la mano sobre la cabeza como si fuera a administrarle los Santos Óleos.

-Magnífico ejemplar, Alteza.
-Wolfhound de Enniskillen. Es mi ojito derecho. O’Brian dice que está Vd. familiarizado con estos nobles animales.
-No hay raza más noble. Mi familia los ha criado durante generaciones.
-Lo cierto es que... ¿Damos un paseo, Porridge?

Todos nos pusimos en pie, mientras el Príncipe, Deirdre y Porridge salían al jardín.

Una hora después, la comitiva principesca abandonó Parsons Manor, dejando a sus moradores con el beatífico alivio del deber cumplido.

-¿Puedo preguntarle qué quería Su Alteza?
-Una contrariedad amorosa, señor.
-¿El Príncipe de Gales le ha pedido consejo... de amor?
-No para él. Se trata de Deirde, su perra. Está en celo.
-Muy respetable. La llamada de la naturaleza y todo eso. ¿Dónde está el problema?
-En la actual coyuntura política con la República de Irlanda, no es fácil encontrar un macho apropiado para una hembra de su pedigree, señor.
-Oh, vaya.
-El primo de Su Alteza, el duque de York, consintió en cederle un macho de su famosa jauría, pero, por alguna razón, el animal no parece ser del gusto de la novia.
-Comprendo. Sus corazones no laten al unísono. Muy frustrante.
-Su Alteza me ha honrado con la misión de propiciar una... entente cordiale, a fin de que...
-Lo he pillado, Porridge. Puede ahorrarse los detalles. ¿Quiere decir que los animales se han quedado aquí?
-Están alojados en las caballerizas, señor.
-¿Y confía Vd. en que el asunto llegue a una... digamos... felix coniunctio?
-Albergo razonables esperanzas, señor.

Disfruté de la hospitalidad de Parsons Manor durante toda la semana. Encumbrada por el triunfo, Mrs. Muffwater mantuvo tal nivel de excelencia culinaria que amenazaba con redondearnos a todos como peces globo.

-¿Qué tal van las cosas, Porridge? ¿Algún progreso con las flechas de Cupido?
-Me complace informar al señor de que las expectativas de Su Alteza han sido satisfechas. He enviado un telegrama para que sus monteros vengan mañana a llevarse los animales.

Durante el viaje de vuelta, Porridge tenía el afable aspecto de Papá Noël regresando a casa tras haber hecho felices a todos los niños del mundo.

-Un trabajo fácil, ¿eh, Porridge? La Naturaleza jugaba a su favor.
-No exactamente, señor. El perro del duque de York era lo que en el oficio conocemos como un capón.
-¿Un capón? ¿Se refiere a que...?
-Tengo la impresión de que el duque no deseaba compartir la estirpe canina con Su Alteza. Le envió un animal decididamente inapropiado para el juego amoroso.
-¡Diantres, con el duque! ¿Y el Príncipe lo sabe?
-No he creído necesario informarle. Deirde ha regresado a su compañía en estado interesante, señor.
-Pero... ¿No acaba de decirme que el semental era un... Farinelli, o como se diga?

Una sonrisa pícara cruzó el rostro de Porridge como un relámpago sobre el cielo encapotado.

-El perro del duque no es el único can de Parsons Manor, señor. ¿Conoce al viejo Furry?
-¿Furry? ¿Esa cosa peluda que va siempre con Achab, el guardabosques, y es tan viejo como él?
-La Primavera ha obrado el milagro, señor. ¿Le importa que fume?

Porridge sacó una pitillera de oro con las armas del Príncipe de Gales. Yo abrí el Daily Mail y me abismé en la crónica internacional. Hay momentos en la vida de un caballero en los que el silencio es la mejor opción.

viernes, 7 de febrero de 2025

XIII. UN CABALLERO EN AMÉRICA



Donde Eugène de Sans-Foy ilustra a la joven Lady Parsons de los pormenores de su estancia en el Nuevo Continente.

7 de marzo

Querida Lou:

La vida en los Estados Unidos se parece bastante a un viaje en la montaña rusa: todo ocurre muy deprisa y tienes la sensación permanente de estar cabeza abajo. Por lo demás, tanto Porridge como yo nos hemos adaptado a las mil maravillas.
Echo de menos algunas cosas: mi adorada Bollington, el Bentley, el black pudding... y eso, por citar sólo las que empiezan por “B”. Pero no puedo negar que, comparada con Londres en invierno, la vida en Nueva York es una alegre y bulliciosa francachela.

Por un azar del destino, mi llegada coincidió con la triste noticia del fallecimiento de mi tio abuelo Sturgis, del que apenas nada supe en vida, salvo que era natural de la ciudad del mismo nombre, en Dakota del Sur. Al parecer, sufrió un desvanecimiento a las pocas horas de quedar finalista en un concurso de twist & swing; lo que no estuvo mal para veterano de la batalla de Gettysburg.
Por Goldschmidt, Jacobson & Abrahamovich, corresponsales americanos de Murchison, Murchison & Slotkins, supe que el tío Sturgis era poseedor de una pequeña pero sólida firma de cereales para bebés, “La Alegría del Lactante”, de la que, descontados impuestos, gestiones y zarandajas, me corresponde un jugoso pellizco. 
Los señores Goldschmidt y Jacobson, de riguroso luto, me esperaban en el muelle, mientras el señor Abrahamovich regateaba con el taxista. Camino del hotel, firmé documentos suficientes para empapelar ambas Dakotas.
No es que nade en dinero, pero el barómetro mi situación financiera ha pasado, en menos que canta un gallo, de “Pluie ou Vent” a “Beau Temps”. Eso me ha permitido, entre otras cosas, reembolsar a tía Raspa las mil libras de las que la despojé de forma no del todo deportiva. Junto con el cheque, le he mandado una chuchería de Tiffany’s que espero contribuya a cicatrizar su ira.

24 de abril

Querida Lou:

Nueva York es el sitio más fantástico que puedas imaginar, sobre todo, si chapoteas en abundante fluido monetario. Siempre he encontrado poco caballeresca la preocupación por el vil metal, pero aquí nadie le hace ascos a hablar de dinero. De hecho, es muy difícil que hablen de otra cosa, a no ser que estén en un ring de boxeo; preferiblemente dentro. 
Tampoco es de extrañar que así sea, porque, cuando tu situación financiera es desahogada, no hay forma de impedir que tu dinero produzca más y más dinero. Sin el menor esfuerzo por mi parte, me he convertido en feliz copropietario de un rascacielos en Lincoln Square, un teatro en Broadway y un pequeño restaurante italiano en Brooklyn, llamado “La Famiglia”. Soy también accionista de empresas tan dispares como la Anglo-Americana de Cereales Malteados, la Aseguradora de Aves de Corral del Medio-Oeste, el Emporio “King Salomon” de Ginecología y Obstetricia y la Compañía General de Tostadores Eléctricos de Boston.

Aunque tengo mis debilidades en materia de indumentaria, sabes que soy una persona de gastos moderados. Pues bien: durante el mes pasado compré un Cadillac descapotable, un pequeño balandro y una agradable madriguera en Park Avenue... y ni aun así logra uno deshacerse de los beneficios. No te queda otra que reinvertirlos, lo que se traduce en más dinero aún. Son como conejos en época de cría. Esto empieza a resultar una molestia.
Me pregunto si no debería imitar a Porridge, que introduce hasta el último dólar de su salario en un sobre con dirección a Pudding Point, Tipperary.

P.D. Acepta esa pulserita de pedruscos como muestra de mi entrañable afecto. No te preocupes por dar celos a lady Bo. Tendrías que ver la que le he mandado a ella. Parecen huevos de codorniz.

6 de junio

Querida Lou:

Mis quebraderos de cabeza han terminado. Ayer tarde, recibí la visita de Jacobson y Abrahamovich, (es de suponer que Goldschmidt fue el encargado de regatear con el taxista). Me informaron de los devastadores efectos de la caída de las importaciones chinas sobre mi extremadamente volátil equilibrio financiero. Supuse que lo de volátil se refería a las Aves de Corral del Medio Oeste, pero no quise preguntar.
A otro cualquiera, la sola visita de esos tres heraldos del infortunio le habría provocado una crisis nerviosa. Puedo asegurarte que yo les recibí sin mayor muestra de sorpresa o agitación. A ello contribuyó el hecho de que, durante la mañana, toscos operarios se habían presentado para incautarse del coche, el balandro y los muebles del apartamento. Es el tipo de cosas que te hacen barruntar que algo no va bien.

Mi situación ha pasado, a la velocidad del rayo, de la opulencia económica a la indigencia social. Porridge y yo hemos abandonado el apartamento muy temprano, antes de que alguien llame a la puerta con intención de apropiarse de la ropa que llevamos puesta. 
Tras un vivificante paseo por el parque acarreando nuestras humildes posesiones terrenales, que incluyen un abrigo de entretiempo, una cafetera eléctrica y un pequeño retrato al óleo pintado por Grant Wood, Porridge y yo decidimos dar por concluída nuestra aventura americana. Regresamos a Inglaterra. Volvemos al hogar.

-No sé cómo vamos a pagarnos el pasaje, Porridge.
-Si me permite el señor, el pasaje corre de mi cuenta.
-¡Caramba! ¿Nada usted en dinero?
-He hecho algunas inversiones lucrativas, señor.

sábado, 1 de febrero de 2025

XII. ESCAPANDO POR LOS PELOS


Donde Eugène de Sans-Foy elude ciertas apreturas de índole fiscal

Me he pasado la mañana en Murchison, Murchison & Slotkins, mis abogados, administradores, contables y todo lo demás. Por lo que he podido entender, que no ha sido mucho, mi situación financiera dista de ser envidiable más o menos lo que la órbita de Plutón de la cálida superficie del Sol. ¿A qué es debido? ¿Quién conoce los inexorables designios de los dioses de las finanzas? Yo, desde luego, no. 
Parece que, si ciertos impuestos no son satisfechos antes de dos semanas, daré con mis huesos en la Torre de Londres o en alguna de sus sucursales más zafias. 

Necesito quinientas libras. No parece una cantidad exorbitante. Las 240.000 millas que nos separan de la Luna tampoco parecen una cantidad exorbitante, pero nadie ha llegado allí, y el señor Murchison padre considera tan improbable que consiga las quinientas libras como que pise el satélite con mis zapatos de tafilete ruso.

Me propongo reírme en la cara del señor Murchison padre, pero, de momento, no me encuentro con fuerzas. He salido a dar un paseo por el Soho, para que el vivificante Sol reanime mis neuronas, pero no parece que el Sol de Londres sea vivificante en absoluto. Negros nubarrones atenazan mi alma.

Si nos atenemos al frío mundo de las realidades, sólo existen tres caminos para salvar la distancia entre Eugène de Sans-Foy y las quinientas efigies de Su Graciosa Majestad:

A) Encontrárselas en un cajón.
B) Vender el Bentley.
C) Sablear a tía Raspa.

La opción A es altamente improbable, la B, demasiado dolorosa... Eso nos enfrenta al dragón en su cubil. Creo que es el momento de hacerle una visita a la más terca, intratable y entrometida de mis tercas, intratables y entrometidas parientas.
Afortunadamente, en esta época del año, tía Raspa está en Londres, así que no tendré que arrastrarme a su frío cubil en Lincolnshire.

La chabola de tía Raspa en Belgravia Square es un sólido mausoleo diseñado para que aquel desventurado que se acerque a sus muros con intención de obtener una dádiva comprenda lo absurdo de su pretensión. Un “Lasciate ogni speranza” grabado sobre el dintel habría sido el remate perfecto, pero sin duda fue descartado por obvio.

He sableado a mi tía muchas veces, si bien es verdad que he pagado por ello sometiéndome a sus abyectas pretensiones de mejorar mi vida. Entre vivir una vida diseñada por tía Raspa y estar muerto y sepultado en el panteón familiar, nueve de cada diez Sans-Foy nos inclinaríamos por la sepultura. El número diez es la sabandija de primo Horatius... pero ésa es otra historia. 

Uno puede pedirle cincuenta libras a su tía y salir vivo del asunto... pero jurará no volver a pasar por ese trance aunque sus hijos estén secuestrados y encerrados en un horno. Pues bien: añádanle un cero a su pretensión económica. ¿Han trepado alguna vez, entre el retumbar de los tambores, por las empinadas escaleras de una pirámide azteca, hacia los llameantes ojos de un ídolo con rostro de jaguar? ¿No? Pues entonces ni se imaginan cómo me sentía yo al traspasar el umbral del número 5 de Belgravia Square.

Les ahorraré los preliminares. Lejos de todo exceso dramático, la entrevista discurrió por el frío cauce de una transacción comercial. En síntesis, tía Raspa estaba dispuesta a obsequiarme con la redonda cantidad de mil (1000) libras si, y solo si, The Times o el Daily Mail –eso lo dejó a mi capricho- anunciaban mi compromiso matrimonial con Mary Tipton.

-¡Pero, si estoy prometido con Harriet Bollington!
-Querido... Ningún compromiso sobrevive al anuncio de otro en los periódicos.
(Ahí tenía razón, maldita sea su sangre ponzoñosa)

-Así que, ¿esa es tu última palabra, eh?
-Sí.
-O me comprometo con la Tipton o no veré un penique. ¿Es eso?
-Ni uno.
-¿Y no te importará verme en la cárcel? ¡A mí, sangre de tu sangre!
-Haré que te envíen la prensa. E iré a visitarte por tu cumpleaños.

Salí de Belgravia Square persuadido de que la maldad, la crueldad y la perfidia reinan en este mundo.

-Nada de cena, Porridge. Sírvame un tónico. Y procure que sea de los que tonifican.
-¿Sin nada en el estómago, señor?
-Tengo el estómago lleno.
-¿Ha cenado fuera el señor?
-Sí, serpientes. Vengo de casa de tía Raspa.
-Me hago cargo, señor.

Con el segundo vaso, expuse a Porridge la situación. Es opinión unánime en mi círculo social que Porridge es un hombre de recursos, aunque, lamentablemente, no del tipo de recursos que acuña el Banco de Inglaterra, que son los únicos admitidos por los sicarios del Chancellor of the Exchequer, esos chupatintas.

-Así están las cosas, Porridge: o rompo con Lady Bo o tía Raspa dejará que me encierren en el castillo de If. Y no se conforma con alejarme del amor de mi vida: quiere la plaza libre para Mary Tipton, ¡esa neurótica con ojos de huevo!
-Una situación sumamente delicada, señor.
-Endemoniadamente delicada.
-Pero no desesperada, si me permite el señor.
-¿Quiere decir que ve un atisbo de luz por alguna parte?
-Si he entendido bien, su tía dijo que entregaría al señor la cantidad de mil libras, no quinientas...
-En efecto. El remanente es para complementar mis humildes recursos hasta la boda, sufragando los opíparos banquetes de parientes que la tradición impone en estos casos.
-En ese caso, creo que el asunto tiene solución.
-¿Sin renunciar a Lady Bo?
-¿El señor tiene urgencia por cambiar de estado civil?
-Ninguna, Porridge.
-Entonces, todo puede arreglarse.

Dice Shakespeare que el desdichado no tiene otra medicina que la esperanza, pero este desdichado sabe que Porridge es mucho más de fiar que los poetas isabelinos: si él dice que todo puede arreglarse, es que puede arreglarse. 
Con ese ánimo, y bajo las directrices de mi inestimable subordinado, verifiqué las coordenadas geográficas en las que se encuentra actualmente Mary Tipton, neurótica, soltera y residente en Parsonsville.
Para mi felicidad y la de mis planes, resulta que está pasando unas semanas en las Highlands. Reikiavik no me habría parecido lo bastante al Norte, pero Inverness no está mal, después de todo.
Al día siguiente, Porridge me dejó un almuerzo frío y desapareció. A la hora de la cena estaba en su puesto, y mientras me escanciaba el clarete, me sorprendió con estas palabras:

-Mañana, a partir de las nueve A.M., puede el señor anunciar a Su Señoría que el compromiso matrimonial con Miss Tipton es un hecho.
-¿Qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?
-Convendría que la llamase temprano, dándole la noticia y anunciando su visita, a fin de recibir su...  contraprestación.
-Pero... no he cruzado palabra con esa loca de la Tipton.
-Nadie podrá hacerlo de momento, ya que se encuentra en Escocia, señor.
-¿Quiere decir que vamos a engañar a mi tía?
-Por decirlo de un modo conciso, sí.
-¿Y el anuncio en el periódico? La tía fue taxativa en ese punto.
-El señor puede dejar de mi cuenta los detalles, señor.

Se retiró sigiloso, como siempre, y me dejó a solas con mi desolación y mi clarete. Conozco a Porridge, así que me centré en el clarete.

Al día siguiente, sumido desde la mañana en algo parecido al pánico escénico, seguí al pie de la letra el plan previsto, incluyendo el anuncio telefónico y la visita a Belgravia Square, donde mi tía me recibió con lo que algunos cronistas especialmente benévolos habrían calificado como una sonrisa.

-Eugène, querido... ¡Me has dejado de piedra! ¿Cómo has podido arreglártelas tan deprisa? Sabía que Mary Tipton no se haría de rogar, pero... está en Inverness.
-Está en Edimburgo. Conseguí cruzar un par de telegramas.
-Increíble, increíble... Habría pensado que me tomabas el pelo para conseguir el dinero, (Muestras de dignidad ofendida) ...pero ésta es la prueba irrefutable. –Agitó ante mis ojos un ejemplar del Daily Mail abierto en “Ecos de Sociedad”:

“Mr. Eugène FitzGerald Sans-Foy, de Grosvenor Square, Londres, anuncia su compromiso matrimonial con la señorita Mary Isabella Tipton, de Parsonsville, Shropshire”.

Sentí cómo el nudo Windsor de mi corbata se convertía en áspero lazo de cáñamo.

-Felicidades, cariño. ¡Estoy TAN contenta! ¡No te arrepentirás de haberte librado de esa pánfila de Harriet Bollington. Mary es la mujer que te conviene.

Salí de allí con el cheque de la tía en la mano y la autoestima en los pies. Porridge me esperaba fuera.

-Estoy acabado, Porridge. Lléveme donde pueda tomar algo, y luego a un puente o a un muelle o a algún lugar donde haya aguas profundas y ruedas de molino.
-Creo que sería más prudente cobrar primero el cheque de Milady, señor.
-¿Para qué, Porridge...? A estas horas, el Daily Mail estará sobre la mesa del desayuno en Bollington Court. Harriet derramará lágrimas amargas sobre sus huevos con bacon, e Inglaterra entera, con sus islas y colonias de ultramar, sabrá que Eugène de Sans-Foy es un gusano.
-Extremadamente improbable, señor: los únicos ejemplares del periódico que contienen el anuncio son los que se han vendido en ese quiosco que ve ahí enfrente.
-¿Quiere decir que...? 
-Tengo un amigo y paisano en la rotativa del Daily Mail, señor. Ha tenido una noche muy laboriosa.
-Entonces... ¿hemos urdido un fraude para sacarle el dinero a la vieja?
-Así lo describiría un tribunal, señor.
-¡Tía Raspa me matará! A menos que... con las 500 libras que nos sobran...
-495, deducido el coste de la “edición especial”.
-¡Nueva York, Porridge! El Hudson está precioso en esta época del año.
-He reservado los pasajes, señor. El Majestic sale esta noche a las diez, desde Southampton.
-Porridge...
-¿Señor?
-¿Cree que 500 libras nos sostendrán lo que dure el enfado de tía Raspa?
-Quién lo sabe, señor. Pero la incertidumbre es mejor que la cárcel.
-¡...Y que Mary Tipton! ¡Corramos, Porridge! ¡Primero, al banco, y luego, al barco!