viernes, 14 de febrero de 2025

XIV. LO QUE PORRIDGE HA UNIDO, QUE NO LO SEPARE EL HOMBRE


Donde sabremos que, en el amor, nada es lo que parece. Ni siquiera entre los Windsor (de solteros, Sajonia-Coburgo y Gotha)

“Eugène, deja lo que sea que estés haciendo y ven urgente hoy. STOP. Traje etiqueta STOP Camisas pechera dura. STOP. Hoy, Eugène, por Dios y los Santos. STOP. Lou”.

Encontré el telegrama sobre la mesa del desayuno. La joven Lady Parsons, apremiante, comme d’habitude. 

-¿Qué opina, Porridge?
-Milady parece requerir su presencia con cierta vehemencia, milord.
-Hasta ahí llego, Porridge, pero, ¿a qué viene ese asunto del traje y las camisas?
-El traje de etiqueta podría sugerir la presencia de una visita de cumplido.
-¿Y las camisas de pechera dura?
-Comparto plenamente el criterio de milady.
-Qué diantres... Está bien. Si salimos ahora, llegaremos para la cena. Con una visita de postín, Mrs. Muffwater se habrá esmerado, y el viejo Lord le habrá dado a McGrog carta blanca en la bodega. Guarde el arenque ahumado en la fresquera y haga las maletas, Porridge.

Llegamos a Parsons Manor bajo el rosado manto del crepúsculo. El ambiente era el de Fort Bravo aguardando la inminente visita de los indios mescaleros.

-¡Eugène! Menos mal que estás aquí... ¡Corre a cambiarte!. ¡Llegará para la cena!
-¿Quién llegará? ¿Isadora Duncan? ¿Rasputín?
-Oh, Eugène... no seas absurdo. ¡El Príncipe de Gales! ¿No recibiste mi telegrama?
-Tu telegrama hablaba de pecheras duras. Ni una palabra sobre la Casa de Windsor.
-Estoy un poco sobrepasada. Anda, sé bueno y sube a cambiarte. Tengo mucho que hacer.

La tarde se eclipsaba tras las colinas cuando apareció la solemne procesión de Rolls-Royces. Formamos ceremoniosamente para recibir a Edward Albert Christian George Andrew Patrick David. Él saltó del estribo y el invierno de nuestro descontento se tornó en glorioso verano bajo este Sol de York.

La cena estuvo a la altura del regio huésped. Puede que la cocinera haya tenido que guardar cama tras tan titánico esfuerzo, pero el ris de veau a la maréchale aux navets safranés mereció el elogio de Su Alteza Real. Mrs. Muffwater podría ser embalsamada o conservada en formol sin perder por ello su beatífica sonrisa.
La sobremesa fue breve, porque el Príncipe volvía fatigado de Escocia, pero, al pasar a mi lado, me dio una palmadita y me dijo:

-Sans-Foy, muchacho... me alegra verte. Charlaremos en el desayuno. Tráete a ese irlandés tuyo.

Puse al corriente a Porridge mientras me preparaba el baño.

-“Ese irlandés mío” es usted, Porridge. No creo que se refiera a mi abrigo de paño de Galway.
¿Qué diablos puede querer de Vd. el Príncipe de Gales?
-No puedo aventurar ninguna sugerencia al respecto, señor.

En Parsons Manor el gong del desayuno eclosiona invariablemente a las 9.30 horas.
A las 9.31, la sala de mañana del castillo estaba más concurrida que Piccadilly en día de paga.
Docenas de huevos fueron engullidos, solos o en compañía de jamón. Regimientos enteros de salchichas y arenques se abrieron camino hacia los respetuosos y hambrientos estómagos de los cortesanos de Su Alteza.
El príncipe tenía un aspecto verdaderamente regio sentado en su sillón, con un enorme perrazo del tamaño de un pony de Shetland a los pies.

-Sans-Foy, buenos días. ¿Está por ahí ese muchacho suyo? Tengo que pedirle un gran favor.

Porridge entró en la sala y se cuadró como un granadero que va a ser condecorado.

-¿Es Vd. Porridge?
-Para servir a Vuestra Alteza.
-Mi montero mayor, O’Brian, me ha hablado maravillas de Vd. Quisiera presentarle a Deirdre. 

En ese momento, el enorme perrazo, que resultó ser una hembra, se alzó en todo su porte y se dirigió majestuosamente hacia Porridge, quien le colocó la mano sobre la cabeza como si fuera a administrarle los Santos Óleos.

-Magnífico ejemplar, Alteza.
-Wolfhound de Enniskillen. Es mi ojito derecho. O’Brian dice que está Vd. familiarizado con estos nobles animales.
-No hay raza más noble. Mi familia los ha criado durante generaciones.
-Lo cierto es que... ¿Damos un paseo, Porridge?

Todos nos pusimos en pie, mientras el Príncipe, Deirdre y Porridge salían al jardín.

Una hora después, la comitiva principesca abandonó Parsons Manor, dejando a sus moradores con el beatífico alivio del deber cumplido.

-¿Puedo preguntarle qué quería Su Alteza?
-Una contrariedad amorosa, señor.
-¿El Príncipe de Gales le ha pedido consejo... de amor?
-No para él. Se trata de Deirde, su perra. Está en celo.
-Muy respetable. La llamada de la naturaleza y todo eso. ¿Dónde está el problema?
-En la actual coyuntura política con la República de Irlanda, no es fácil encontrar un macho apropiado para una hembra de su pedigree, señor.
-Oh, vaya.
-El primo de Su Alteza, el duque de York, consintió en cederle un macho de su famosa jauría, pero, por alguna razón, el animal no parece ser del gusto de la novia.
-Comprendo. Sus corazones no laten al unísono. Muy frustrante.
-Su Alteza me ha honrado con la misión de propiciar una... entente cordiale, a fin de que...
-Lo he pillado, Porridge. Puede ahorrarse los detalles. ¿Quiere decir que los animales se han quedado aquí?
-Están alojados en las caballerizas, señor.
-¿Y confía Vd. en que el asunto llegue a una... digamos... felix coniunctio?
-Albergo razonables esperanzas, señor.

Disfruté de la hospitalidad de Parsons Manor durante toda la semana. Encumbrada por el triunfo, Mrs. Muffwater mantuvo tal nivel de excelencia culinaria que amenazaba con redondearnos a todos como peces globo.

-¿Qué tal van las cosas, Porridge? ¿Algún progreso con las flechas de Cupido?
-Me complace informar al señor de que las expectativas de Su Alteza han sido satisfechas. He enviado un telegrama para que sus monteros vengan mañana a llevarse los animales.

Durante el viaje de vuelta, Porridge tenía el afable aspecto de Papá Noël regresando a casa tras haber hecho felices a todos los niños del mundo.

-Un trabajo fácil, ¿eh, Porridge? La Naturaleza jugaba a su favor.
-No exactamente, señor. El perro del duque de York era lo que en el oficio conocemos como un capón.
-¿Un capón? ¿Se refiere a que...?
-Tengo la impresión de que el duque no deseaba compartir la estirpe canina con Su Alteza. Le envió un animal decididamente inapropiado para el juego amoroso.
-¡Diantres, con el duque! ¿Y el Príncipe lo sabe?
-No he creído necesario informarle. Deirde ha regresado a su compañía en estado interesante, señor.
-Pero... ¿No acaba de decirme que el semental era un... Farinelli, o como se diga?

Una sonrisa pícara cruzó el rostro de Porridge como un relámpago sobre el cielo encapotado.

-El perro del duque no es el único can de Parsons Manor, señor. ¿Conoce al viejo Furry?
-¿Furry? ¿Esa cosa peluda que va siempre con Achab, el guardabosques, y es tan viejo como él?
-La Primavera ha obrado el milagro, señor. ¿Le importa que fume?

Porridge sacó una pitillera de oro con las armas del Príncipe de Gales. Yo abrí el Daily Mail y me abismé en la crónica internacional. Hay momentos en la vida de un caballero en los que el silencio es la mejor opción.

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