sábado, 1 de febrero de 2025

XII. ESCAPANDO POR LOS PELOS


Donde Eugène de Sans-Foy elude ciertas apreturas de índole fiscal

Me he pasado la mañana en Murchison, Murchison & Slotkins, mis abogados, administradores, contables y todo lo demás. Por lo que he podido entender, que no ha sido mucho, mi situación financiera dista de ser envidiable más o menos lo que la órbita de Plutón de la cálida superficie del Sol. ¿A qué es debido? ¿Quién conoce los inexorables designios de los dioses de las finanzas? Yo, desde luego, no. 
Parece que, si ciertos impuestos no son satisfechos antes de dos semanas, daré con mis huesos en la Torre de Londres o en alguna de sus sucursales más zafias. 

Necesito quinientas libras. No parece una cantidad exorbitante. Las 240.000 millas que nos separan de la Luna tampoco parecen una cantidad exorbitante, pero nadie ha llegado allí, y el señor Murchison padre considera tan improbable que consiga las quinientas libras como que pise el satélite con mis zapatos de tafilete ruso.

Me propongo reírme en la cara del señor Murchison padre, pero, de momento, no me encuentro con fuerzas. He salido a dar un paseo por el Soho, para que el vivificante Sol reanime mis neuronas, pero no parece que el Sol de Londres sea vivificante en absoluto. Negros nubarrones atenazan mi alma.

Si nos atenemos al frío mundo de las realidades, sólo existen tres caminos para salvar la distancia entre Eugène de Sans-Foy y las quinientas efigies de Su Graciosa Majestad:

A) Encontrárselas en un cajón.
B) Vender el Bentley.
C) Sablear a tía Raspa.

La opción A es altamente improbable, la B, demasiado dolorosa... Eso nos enfrenta al dragón en su cubil. Creo que es el momento de hacerle una visita a la más terca, intratable y entrometida de mis tercas, intratables y entrometidas parientas.
Afortunadamente, en esta época del año, tía Raspa está en Londres, así que no tendré que arrastrarme a su frío cubil en Lincolnshire.

La chabola de tía Raspa en Belgravia Square es un sólido mausoleo diseñado para que aquel desventurado que se acerque a sus muros con intención de obtener una dádiva comprenda lo absurdo de su pretensión. Un “Lasciate ogni speranza” grabado sobre el dintel habría sido el remate perfecto, pero sin duda fue descartado por obvio.

He sableado a mi tía muchas veces, si bien es verdad que he pagado por ello sometiéndome a sus abyectas pretensiones de mejorar mi vida. Entre vivir una vida diseñada por tía Raspa y estar muerto y sepultado en el panteón familiar, nueve de cada diez Sans-Foy nos inclinaríamos por la sepultura. El número diez es la sabandija de primo Horatius... pero ésa es otra historia. 

Uno puede pedirle cincuenta libras a su tía y salir vivo del asunto... pero jurará no volver a pasar por ese trance aunque sus hijos estén secuestrados y encerrados en un horno. Pues bien: añádanle un cero a su pretensión económica. ¿Han trepado alguna vez, entre el retumbar de los tambores, por las empinadas escaleras de una pirámide azteca, hacia los llameantes ojos de un ídolo con rostro de jaguar? ¿No? Pues entonces ni se imaginan cómo me sentía yo al traspasar el umbral del número 5 de Belgravia Square.

Les ahorraré los preliminares. Lejos de todo exceso dramático, la entrevista discurrió por el frío cauce de una transacción comercial. En síntesis, tía Raspa estaba dispuesta a obsequiarme con la redonda cantidad de mil (1000) libras si, y solo si, The Times o el Daily Mail –eso lo dejó a mi capricho- anunciaban mi compromiso matrimonial con Mary Tipton.

-¡Pero, si estoy prometido con Harriet Bollington!
-Querido... Ningún compromiso sobrevive al anuncio de otro en los periódicos.
(Ahí tenía razón, maldita sea su sangre ponzoñosa)

-Así que, ¿esa es tu última palabra, eh?
-Sí.
-O me comprometo con la Tipton o no veré un penique. ¿Es eso?
-Ni uno.
-¿Y no te importará verme en la cárcel? ¡A mí, sangre de tu sangre!
-Haré que te envíen la prensa. E iré a visitarte por tu cumpleaños.

Salí de Belgravia Square persuadido de que la maldad, la crueldad y la perfidia reinan en este mundo.

-Nada de cena, Porridge. Sírvame un tónico. Y procure que sea de los que tonifican.
-¿Sin nada en el estómago, señor?
-Tengo el estómago lleno.
-¿Ha cenado fuera el señor?
-Sí, serpientes. Vengo de casa de tía Raspa.
-Me hago cargo, señor.

Con el segundo vaso, expuse a Porridge la situación. Es opinión unánime en mi círculo social que Porridge es un hombre de recursos, aunque, lamentablemente, no del tipo de recursos que acuña el Banco de Inglaterra, que son los únicos admitidos por los sicarios del Chancellor of the Exchequer, esos chupatintas.

-Así están las cosas, Porridge: o rompo con Lady Bo o tía Raspa dejará que me encierren en el castillo de If. Y no se conforma con alejarme del amor de mi vida: quiere la plaza libre para Mary Tipton, ¡esa neurótica con ojos de huevo!
-Una situación sumamente delicada, señor.
-Endemoniadamente delicada.
-Pero no desesperada, si me permite el señor.
-¿Quiere decir que ve un atisbo de luz por alguna parte?
-Si he entendido bien, su tía dijo que entregaría al señor la cantidad de mil libras, no quinientas...
-En efecto. El remanente es para complementar mis humildes recursos hasta la boda, sufragando los opíparos banquetes de parientes que la tradición impone en estos casos.
-En ese caso, creo que el asunto tiene solución.
-¿Sin renunciar a Lady Bo?
-¿El señor tiene urgencia por cambiar de estado civil?
-Ninguna, Porridge.
-Entonces, todo puede arreglarse.

Dice Shakespeare que el desdichado no tiene otra medicina que la esperanza, pero este desdichado sabe que Porridge es mucho más de fiar que los poetas isabelinos: si él dice que todo puede arreglarse, es que puede arreglarse. 
Con ese ánimo, y bajo las directrices de mi inestimable subordinado, verifiqué las coordenadas geográficas en las que se encuentra actualmente Mary Tipton, neurótica, soltera y residente en Parsonsville.
Para mi felicidad y la de mis planes, resulta que está pasando unas semanas en las Highlands. Reikiavik no me habría parecido lo bastante al Norte, pero Inverness no está mal, después de todo.
Al día siguiente, Porridge me dejó un almuerzo frío y desapareció. A la hora de la cena estaba en su puesto, y mientras me escanciaba el clarete, me sorprendió con estas palabras:

-Mañana, a partir de las nueve A.M., puede el señor anunciar a Su Señoría que el compromiso matrimonial con Miss Tipton es un hecho.
-¿Qué?, ¿cómo?, ¿cuándo?
-Convendría que la llamase temprano, dándole la noticia y anunciando su visita, a fin de recibir su...  contraprestación.
-Pero... no he cruzado palabra con esa loca de la Tipton.
-Nadie podrá hacerlo de momento, ya que se encuentra en Escocia, señor.
-¿Quiere decir que vamos a engañar a mi tía?
-Por decirlo de un modo conciso, sí.
-¿Y el anuncio en el periódico? La tía fue taxativa en ese punto.
-El señor puede dejar de mi cuenta los detalles, señor.

Se retiró sigiloso, como siempre, y me dejó a solas con mi desolación y mi clarete. Conozco a Porridge, así que me centré en el clarete.

Al día siguiente, sumido desde la mañana en algo parecido al pánico escénico, seguí al pie de la letra el plan previsto, incluyendo el anuncio telefónico y la visita a Belgravia Square, donde mi tía me recibió con lo que algunos cronistas especialmente benévolos habrían calificado como una sonrisa.

-Eugène, querido... ¡Me has dejado de piedra! ¿Cómo has podido arreglártelas tan deprisa? Sabía que Mary Tipton no se haría de rogar, pero... está en Inverness.
-Está en Edimburgo. Conseguí cruzar un par de telegramas.
-Increíble, increíble... Habría pensado que me tomabas el pelo para conseguir el dinero, (Muestras de dignidad ofendida) ...pero ésta es la prueba irrefutable. –Agitó ante mis ojos un ejemplar del Daily Mail abierto en “Ecos de Sociedad”:

“Mr. Eugène FitzGerald Sans-Foy, de Grosvenor Square, Londres, anuncia su compromiso matrimonial con la señorita Mary Isabella Tipton, de Parsonsville, Shropshire”.

Sentí cómo el nudo Windsor de mi corbata se convertía en áspero lazo de cáñamo.

-Felicidades, cariño. ¡Estoy TAN contenta! ¡No te arrepentirás de haberte librado de esa pánfila de Harriet Bollington. Mary es la mujer que te conviene.

Salí de allí con el cheque de la tía en la mano y la autoestima en los pies. Porridge me esperaba fuera.

-Estoy acabado, Porridge. Lléveme donde pueda tomar algo, y luego a un puente o a un muelle o a algún lugar donde haya aguas profundas y ruedas de molino.
-Creo que sería más prudente cobrar primero el cheque de Milady, señor.
-¿Para qué, Porridge...? A estas horas, el Daily Mail estará sobre la mesa del desayuno en Bollington Court. Harriet derramará lágrimas amargas sobre sus huevos con bacon, e Inglaterra entera, con sus islas y colonias de ultramar, sabrá que Eugène de Sans-Foy es un gusano.
-Extremadamente improbable, señor: los únicos ejemplares del periódico que contienen el anuncio son los que se han vendido en ese quiosco que ve ahí enfrente.
-¿Quiere decir que...? 
-Tengo un amigo y paisano en la rotativa del Daily Mail, señor. Ha tenido una noche muy laboriosa.
-Entonces... ¿hemos urdido un fraude para sacarle el dinero a la vieja?
-Así lo describiría un tribunal, señor.
-¡Tía Raspa me matará! A menos que... con las 500 libras que nos sobran...
-495, deducido el coste de la “edición especial”.
-¡Nueva York, Porridge! El Hudson está precioso en esta época del año.
-He reservado los pasajes, señor. El Majestic sale esta noche a las diez, desde Southampton.
-Porridge...
-¿Señor?
-¿Cree que 500 libras nos sostendrán lo que dure el enfado de tía Raspa?
-Quién lo sabe, señor. Pero la incertidumbre es mejor que la cárcel.
-¡...Y que Mary Tipton! ¡Corramos, Porridge! ¡Primero, al banco, y luego, al barco!

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