viernes, 24 de enero de 2025

XI. UNA NOCHE EN LA ÓPERA


Donde Porridge y Monsieur juntan fuerzas al servicio de Cupido.

Lou, querida:

He pasado tres semanas atrapado en Liverpot Hall, la choza de tía Maggie en Lincolnshire. Todo por culpa del atolondrado de Thomas ‘Turkey’ Singlesong-Bartholdy, mi viejo compañero de colegio. ¿Le recuerdas? Nuestra joven promesa del piano: aquel muchacho pálido y soñador, con aspecto de haber sido prolongadamente hervido.

Me lo encontré disfrutando de la hospitalidad de mi tía, en calidad de profesor de piano de mis adorables sobrinos. Su vocación artística parece estar reñida con la solvencia económica, y necesitaba un techo donde refugiarse mientras concluye su magna obra:“Boadicea, reina de los Icenos”, llamada a derribar los muros de la Royal Opera House con todos los críticos dentro.

Turkey es un alegre compañero en sus días buenos, pero tiene el defecto de ser enamoradizo como un colegial, si es que esas criaturas con granos siguen enamorándose como solían.
Le he visto languidecer por sopranos dramáticas y sopranos coloratura, aunque, en este caso, la elegida de su corazón es una mezzo lírica de gran cromatismo, conocida en el mundo como Miss Cordelia Strings, hija y heredera del honorable Sir Wilmot Strings, de Brokenchord Oaks, que dista apenas un fortissimo de Liverpot Hall.

Cuando llegué, sus corazones vibraban ya al unísono: un dúo de amor capaz de hacer llorar a los ruiseñores en sus nidos y a las comadrejas en... donde quiera que pasen sus ratos de ocio.
No he visto nada tan empalagoso desde que Arnold Fitzwilliam me cambió la pasta de dientes por leche condensada.

Te preguntarás qué pinto yo aquí, como troisième larron, entre estos dos tortolitos. Como buena aficionada a la ópera, sabes de sobra lo que ocurre cada vez que el tenor y la mezzo declaran que se aman: impepinablemente, un barítono se opone. 

El barítono no es otro que Sir Wilmot Strings, que hizo su fortuna en el negocio del acero y, al decir de Turkey, tiene el corazón de una aleación particularmente dura.
Estos millonarios tienden a considerar que todo el mundo comparte su estrecha y crematística visión de la existencia. Muy particularmente, los pretendientes de sus hijas.

Había razones fundadas para temer que, si el viejo Strings se olía la liaison amoreuse entre su hija y el pianista, las cosas se pondrían muy feas para el pianista.
Y aquí es donde entra Sans-Foy en escena, con el proverbial savoir-faire y conocimiento del mundo que caracterizan... a Porridge: en cuanto Turkey me vio aparecer en Liverpot Hall, se arrojó a mis brazos como un gondolero sobre un plato de ravioli.

-Eugène, viejo cacharro, tienes que ayudarme. ¡Es asunto de vida o muerte!
-Estoy a tu entera disposición, muchacho. Si se trata del bello sexo...
-Se trata.
-Entonces, cuenta con mi simpatía y mi exper...
-¡Al cuerno con tu experiencia! ¿Ha venido Porridge contigo?

Son momentos que me hacen dudar del papel que me correspondería, si Porridge y yo tuviésemos que representar a don Quijote y Sancho Panza, a Amadís y su escudero Gandalín, a Lanzarote del Lago y su... quien quiera que le abrillantase el casco. Me pregunto qué papel nos daría a cada uno el director de escena... y prefiero no responderme.

-Porridge, le presento al joven Singlesong-Bartholdy.
-Tengo el gusto de conocerle desde que era muchacho, señor. Serví en casa de su tío Cornelius.

Había algo parecido a cordialidad en la manera en que Porridge se interesó por las cuitas de Turkey. Nadie describiría a Porridge como un individuo proclive al sentimentalismo, pero percibo que, con los años, va desarrollando una mayor tolerancia hacia los dislates de la vida amorosa.

Te estarás preguntando qué estratagema se le ocurrió para atravesar la férrea coraza de Sir Wilmot Strings. Pues bien: en presencia de lo más granado de la sociedad de este apartado agujero del Imperio, ayer tuvo lugar en Liverpot Hall una representación de aficionados de “Rosaura, la Figlia del Carceriere” drama lírico en dos actos con letra y música de T. Singlesong-Bartholdy, con arreglo al siguiente reparto:

Rosaura, figlia del carceriere:  Miss Cordelia Strings, mezzo.
Lindoro:  Mr. Thomas Singlesong-Bartholdi.tenor.
Rocco, carceriere di Palermo:  Sir Wilmot Strings, bajo-barítono.
Ruggero, Gran Conte di Sicilia:  Mr. Wilbur Porridge, barítono.
Un paje/ un mensajero/ un prisionero:  M. Eugène de Sans-Foy, tenor.

Es cierto que el mío no era un papel de relumbrón, pero no faltaban un par de frases dramáticas a las que supe imbuír del patetismo necesario para el buen fin de la obra: predisponer a Sir Wilmot a favor del amor verdadero, contra la mezquindad de quienes a él se oponen.

El aria de Lindoro, “Ah, carceriere del mio cuore”, y su dúo con Rosaura, “Anchese tutto passa, il nostro amore resta”, fueron entonadas con una vehemencia nunca vista ni oída en Lincolnshire.
Merece mencionarse el aria del Gran Conte, “Pentiti, padre funesto!”, en la que Porridge se revela como un barítono dramático de gran brillantez en los registros graves.

En suma, la representación fue un éxito: los aplausos y las ovaciones del público sumieron a Sir Wilmot en un revoltijo de emociones como aquél que se traga barcos enteros en Noruega, y tal y como estaba planeado, el anuncio del noviazgo le llovió encima, con grandes lagrimones por su parte, nada más caer el telón,

Me complace anunciarte que la señorita Strings será próximamente la señora Singlesong-Bartholdy. Hasta es posible, sólo posible, que Sir Wilmot financie la representación de “Boadicea, reina de los Icenos”.

En el tren de vuelta a Londres, repasé los acontecimientos con el Gran Conte de Sicilia:
-Porridge...
-¿Milord?
-¿Se fijó Vd. en la cara de Sir Wilmot al final de la obra? Nunca había visto tanta variedad de colores en un rostro humano.
-Muy destacable, señor, aunque esperable en un individuo de su temperamento y complexión.
-Creo que esquivó el infarto por un pelo.
-Era un riesgo que había que asumir, señor.
-¡Porridge! ¿No me diga que lo había previsto?
-Una eventualidad lamentable, sin duda... que no habría impedido la unión de la feliz pareja, milord.
-Me da Vd. miedo, Porridge.
-Siento oírlo, señor.

viernes, 17 de enero de 2025

X. EL CINEMATÓGRAFO CONTRA EL REVERENDO FOXTROTT



Donde la joven Lady Parsons ilustra a Monsieur sobre el apacible decurso de la vida provinciana.

Querido Eugène:

El invierno en el campo es duro. Más aún cuando aquéllos que podrían traer un poco de distracción remolonean en la metrópolis, mosconeando de fiesta en fiesta.
Me pides una crónica de nuestra vida social. Bien podría enviarte una hoja seca, pero en los árboles ya no queda ninguna. El único suceso digno de mención ha sido la llegada a Parsonsville del “cinematógrafo sonoro”, suceso al que dedicaré algunas líneas:

El “Salón Broadway de Variedades Anglo-Americanas”, propiedad del obeso y avispado signore Cannizzaro, es un éxito sin parangón en la comarca, si bien existen serias dudas sobre el efecto moral de semejante espectáculo en las clases populares.
La fuente de tales dudas no es otra que el reverendo Foxtrott, pues, desde que llegó el cinematógrafo, la asistencia a los oficios dominicales ha caído en picado.
“Corrupción”, “Decadencia” y “Sodoma y Gomorra” son lugares comunes en su conversación, lo mismo a la hora del té que en la mesa de bridge, convirtiendo las apacibles tertulias de Parsons Manor en algo muy parecido a un velatorio.

Para que te hagas idea de lo mal que estaba la cosa, el pobre reverendo llegó a pedir consejo a su mortal enemigo, el padre McNamara, quien le hizo una demostración de superioridad moral plantándose en la entrada del cine y gritando: “¡Católicos romanos! ¡Fuera de la fila!”. Una docena larga de almas fueron salvadas y conducidas manu militari a la parroquia católica.

Pero el reverendo Foxtrott no es el padre McNamara, que cargó contra los alemanes en Ypres, al grito de “¡A por ellos, maldito sea Lutero!”. El reverendo es un anglicano apacible, a quien la perfidia del mundo le pasa por encima como un tropel de turistas sobre el musgo parroquial.

Si con “El Fantasma de la Ópera” la asistencia a los oficios quedó reducida a los mayores de 50, con “La Quimera del Oro”, las bajas diezmaron incluso a los parroquianos más venerables. Era preciso hacer algo antes de que Parsonsville, y con él Inglaterra entera, “se precipitase por la pendiente de la amoralidad y la disipación.” Creo que es así como lo describió el reverendo a la hora del té.

Parsons Manor es un oasis de libertad en materia de fe: los Parsons de Shropshire somos católicos, los Parsons de Lancashire, anglicanos; McGrog es presbiteriano escocés, la señora Muffwater, metodista... y hay quien sostiene que Mary Tipton se reúne con los druidas en algún lugar del bosque. 
Está claro que no vamos a cargar contra la herejía con el Book of Common Prayer en una mano y la Cruz de San Jorge en la otra, pero el reverendo Foxtrott es un amigo entrañable, y a todos nos duele verle sufrir. Tú mismo sentirías compasión por él. Sobre todo, después de lo que le hiciste a su Morris descapotable.

Varios fueron los intentos de hacer prevalecer la Palabra de Dios sobre las añagazas del Maligno: El primero y no menos efectivo consistió en poner en marcha la calefacción de la iglesia, si bien fue astutamente contrarrestado por el signore Cannizzaro mediante vulgares estufas de queroseno. 
Jugándose el todo por el todo, el reverendo Foxtrott se atrevió a sustituír como organista a la anciana señora Bones, dando paso a su nieto Maximilian “Frisky” Bones, nuestra joven promesa del jazz.
Ni siquiera eso volvió a llenar los bancos, aunque te aseguro que con “O Happy Band of Pilgrims”, se movieron tanto los pies como en los garitos del West End, y con “Three in One, and One in Three” se llegó a marcar el ritmo con palmadas.

Tras casi un mes de titánicos esfuerzos, el tanteo estaba en un desolador
Salón Broadway, 3
Parroquia de St. Dunstan, 0

Pero, como dice el reverendo Foxtrott, “nunca debemos desfallecer cuando servimos a una causa justa”. Nuestras plegarias iban a ser escuchadas: la última semana de enero, la prima Arabella regresaba de su gira por los Estados Unidos.

Recordarás a Arabella Whirlwind , la soprano. El crítico del Herald Tribune dijo de ella que era “un ave canora extraordinariamente apetitosa”, y el del Chronicle, ese grosero, se atrevió a llamarla El Busto. Los hombres no olvidáis facilmente a la prima Arabella.

Después de intercambiar los chismes más urgentes sobre la evolución de la moda a ambos lados del Atlántico, mamá y yo pusimos a la prima al corriente del ocaso moral de Parsonsville, y entre las tres urdimos un plan para remediarlo.

En primer lugar, y a modo de terapia de choque, la prima compareció por sorpresa en el oficio matinal, obsequiando al auditorio con un How Beautiful Are The Feet  capaz de conmover los corazones más pétreos, y un Rejoice greatly, O daughter of Zion con el que estuvo a punto de reventar las costuras de su ceñidísimo vestido. 
Tendrías que haber visto la cara de Frisky Bones intentando seguirla con el armonio.

Tras ese aperitivo vino el verdadero tour de force, consistente en tres amenas charlas sobre el tema: “la explotación de la juventud: corazones rotos por el sueño americano”.
No quisiera aburrirte con los detalles, pero se citaron casos verídicos de jovencitas seducidas por la magia del cine que acabaron en las corruptoras manos de fumadores de puros, generalmente italoamericanos, con el inevitable corolario de buhardillas húmedas y pobres huerfanitos.
Con las lágrimas y demás mucosidades puestas en circulación, podría haberse sumergido la isla de Manhattan con todos sus teatros dentro. 

El resultado fue una caída en picado de la clientela del Salón Broadway. Y, si bien la parroquia de St. Dunstan hubo de repartirse los tránsfugas con la taberna del pueblo, el contador final fue una aplastante victoria del Bien sobre el Mal y del pequeño y enjuto reverendo Foxtrott sobre el malvado y barrigudo signore Cannizzaro.
En adelante, el Salón Broadway permanecerá cerrado los domingos hasta la hora del té.
La guerra ha terminado.

Nuestro representante en el Parlamento, el Honorable Sir Neville Herbertson-Purvis, dice que, si la prima Arabella entrase en política, la Cámara de los Comunes se removería hasta los cimientos. No sé si se refiere a su voz, a su oratoria o a su poitrine.

Sé bueno y ven a vernos para el Festival de la Remolacha.

Afectuosamente

Lou

viernes, 10 de enero de 2025

IX. UN ESPÍRITU DEPORTIVO


Dejamos a Eugène de Sans-Foy en Bollington Court, residencia familiar de su prometida, sometido al chantaje de un pilluelo llamado Arnold Fitzwilliams.

-¿Milord?
-¿Sí, Porridge?
-Quisiera plantear al señor la conveniencia de cambiar de estrategia en el asunto Fitzwilliams, señor.
-¿Y eso?
-Ha rechazado la corona. Quiere una libra.
-¡Una libra! ¡Ese niño es un usurero!
-Del todo inaceptable, milord.
-¡De ninguna manera!
-Así se lo he manifestado, milord.
-Bien, Porridge... Supongo que esto es la guerra... ¿Estamos preparados?
-Con total seguridad, señor. 
-Considérelo un asunto prioritario.
-Me pondré a ello de inmediato, señor.

Las últimas palabras de Porridge aliviaron algo mi inquietud. Le conozco lo suficiente como para saber que sus palabras son tan fiables como un pagaré de la Banca Rothschild.
Un tipo solvente, este Porridge. 
Sólo había un detalle de las recién declaradas hostilidades que no acababa de convencerme, y era que Porridge asumía en ellas un vago papel de potencia aliada.  El destinatario de las maniobras enemigas iba a ser yo y sólo yo.
Muy desagradable.

Allí estábamos: Sir Lancelot y su escudero Porridge, atrapados en el castillo del malvado Maleagant. Eso me hizo pensar en la Reina Ginebra... y en asentar mi espíritu con un buen trago de algo seco.
Escancié una generosa dosis y, cuando iba a llevármela a los labios, todo mi ser se estremeció como si hubiese pisado una anguila eléctrica: ¿Qué demonios...?
Sobre la dorada superficie del licor, flotaba lo que parecía un equipo de waterpolo en miniatura. 
¡Moscas! ¡Maldita sea! ¿Es que ya no existen límites a la barbarie humana?

-¡Mire, Porrige! ¡Moscas!
-Muy cierto, milord. Éxodo, 8:20.
-Al parecer, ha optado por saltarse los piojos.
-Quizá no los haya encontrado frescos en esta época del año. 
-¡Maldita sea, Porrige! ¡Tenemos que hacer algo! ¿Cuál es la próxima plaga?
-La enfermedad del ganado. Éxodo, 9:1
-Si él se ha saltado los piojos, nos saltaremos ésa. ¿Cuál es la siguiente?
-Sarpullido incurable.
-Suena espeluznante. ¿Cómo lo ve, Porridge?
-Déjelo de mi cuenta, milord.

El resto del día transcurrió apaciblemente. Arnold Fitzwilliams se mantenía a prudencial distancia, y la noche llegó para dar reposo a nuestras almas atribuladas.
La mañana empezó temprano, con el estrépito de la sirena de incendios. ¿La sirena de incendios? Me asomé a la ventana y ví al joven Fitzwilliams atravesar el parque ululando en dirección al estanque, y arrojarse en él.
Fue atendido por el jardinero.

-¿Qué te pasa, muchacho?
-¡¡¡Me pica -me pica -me pica -me pica -me pica....!!!
-¿Avispas? ¿Te has acercado a un avispero, chico?
-El joven Arnold interpretó una breve pantomima anfibia y regresó a la casa, dejando tras de sí un reguero húmedo.

-¿Ha puesto avispas en su ropa, Porridge?
-Nunca haría tal cosa, milord. Las avispas son peligrosas.
-No llegaremos a nada con tanto remilgo. ¿Qué le ha puesto, entonces?
-Rocié sus  medias con un concentrado de ortigas. 
-Bien jugado, Porrige.

La represalia del enemigo consistió en un torpe intento de apedreamiento con gravilla. Sólo alguien muy caritativo lo habría admitido como Plaga del Granizo.
Regresé a mi habitación con la certeza de que esta guerra no iba a durar. Le habíamos tomado la delantera.

Dice el poeta, no recuerdo cual, que nada es más arriesgado que el optimismo prematuro. Al entrar en mi habitación fui objeto de un caluroso recibimiento, en modo alguno cordial, por lo que parecía un enjambre de envoltorios de caramelo voladores. 
¡Mantis! ¡Mi habitación parecía un servicio dominical de mantis religiosas! 
Cuando pude quitarme de encima las tres o cuatro más belicosas, busqué a la puerta... y entonces, se apagó la luz.

-¡Ahí! ¡Ahí queda otra! 
-Es un envoltorio de caramelo, milord.
-¿Está seguro de que las ha echado a todas? ¡No quiero volver a ver una mantis en mi vida!
-Langostas y Tinieblas... Dos plagas en una. Muy ingenioso, milord...
-Hay que acabar con esto, Porridge. Vaya a parlamentar.
Porridge abandonó la habitación mientras le gritaba las últimas directrices:
-¡Páguele la maldita libra! ¡Y dígale que me importa un pito si es primogénito o no! ¡Cuando le coja, le voy a retorcer el pescuezo con mis propias manos!

Conocí la respuesta en el desayuno.
-¿Le ha dado la maldita libra?
-Rechazó el dinero, milord.
-¡Maldita sea! ¿Qué quiere ahora? ¿Un saco de billetes y un coche en marcha?
-No quiere nada. Me estrechó la mano, milord.
Reconozco que aquel giro de los acontecimientos me sorprendió.
-¿Le estrechó la mano? ¿Y no tenía un escorpión dentro, o algo peor?
-Dijo que éramos rivales dignos de él.
-Me deja Vd. de piedra.
-No cabe duda de que el joven Fitzwilliams posee un espíritu deportivo, milord.
-Estoy gratamente sorprendido.
-Muy comprensible, dadas las circunstancias.
-¿Sabe? Estoy por considerar que esta historia ha tenido un final feliz. 
Una última cosa, Porrige...
-¿Señor?
-Vigílelo.
-Como si me fuese la vida en ello, milord.

FIN

viernes, 3 de enero de 2025

VIII. EL ENEMIGO INTERIOR



Donde Eugène de Sans-Foy relata a su buena amiga Lady Parsons su estancia en Bollington Court, residencia familiar de su prometida, la encantadora Lady Bo.

Queridísima Lou:

Te prometí una crónica exhaustiva de mi primera estancia en el solar de los Bollington, y lo que te envío es casi una novela de crímenes.
Te aseguro, querida, que la semana que he pasado con ellos ha sido más pródiga en incidentes que la última guerra zulú.

Bollington Court -no te ofendas- es más grande que Parsons Manor. Sus parques y jardines podrían alojar a toda la fauna del Serengueti, y hacerlo de forma que los animales sociales no tuviesen que frecuentar a sus parientes políticos. Honestamente, aquello es el paraíso. Y, como todos los paraísos, tiene su serpiente, que me fue presentada apenas bajé del coche:

-“...Y este tesorito es mi primo Arnold. Arnold Fitzwilliams”.

Me encontré frente un individuo pecoso, de mirada torva y baja estatura. Llamarle niño podría inducir a confusión. Niño es un sustantivo impropio para un fulano que ha aprovechado sus nueve años de existencia para adquirir las habilidades de un maestro, de un virtuoso en arte de fastidiar. Cuando le tendí la mano, se limitó a mirarme como un carnicero que sopesa una vaca en venta.

-¿Cuánto tiempo piensas quedarte aquí?
-Una semana, chiquitín.
-Te costará una corona. Puedes pagarme ahora.
-¿Pagarte? ¿Por qué?
-Es mi tarifa.
-Anda, picaruelo... Ayúdame con las maletas y te daré un chelín.

Sus ojos parecieron hundirse en la pizza pecosa de su cara, y algo decididamente incompatible con una sonrisa se recortó en la parte inferior.
Ya entonces debí imaginar que habría problemas con Arnold Fitzwilliams.

El resto de la tribu Bollington es apacible como un rebaño de hervíboros, si bien, por su conversación y hábitos, podríamos subdividirlos en ovinos y bovinos. 
Lady Bollington encabeza el bando de las ovejas, mientras Su Señoría, el Muy Honorable Papá Bollinton, acaudilla al género vacuno.
Todo muy campestre. Ambos rebaños están compuestos por la habitual proporción de hermanos, hermanas y tías solteronas, con la adición de un par de individuos inclasificables que parecen estar allí desde tiempos de los Estuardo.

Desayunos copiosos, tés campestres y cenas de cuatro platos nos ocupaban la mayor parte del día. El resto del tiempo lo dedicábamos a admirar la campiña y a digerir como boas.
El primer tropezón en tan sosegada existencia se presentó inopinadamente en la soledad del baño. Sumergido en la bañera, me di cuenta de que el agua tenía un reluciente color carmesí, y yo flotaba en ella como un Marat recién apuñalado. Me llevé un buen susto.

Un pequeño tintero en el fondo de la bañera lo explicaba todo. Mi sistema circulatorio seguía satisfactoriamente estanco. ¿Cómo diantres había llegado allí?

Durante el segundo día, no ocurrió nada de interés. Gané quince peniques al bridge, lo cual es mucho en aquél geriátrico de tahúres. Un agradable paseo por la rosaleda con mi querida Bo me había dejado del mejor humor, y tras un baño sin incidentes, me metí en la cama.
Antes de hundirme del todo en el colchón, ya tuve la certeza de que algo no iba bien: no estaba solo. 
Lo que quiera que fuese era pequeño, frío y condenadamente inquieto. Traté de hacer rápida memoria del tipo de serpientes venenosas que habitan en Shropshire, pero, antes de que mi atribulado cerebro llegase a alguna conclusión, mis piernas ya habían saltado de la cama. Levanté el edredón:
Ranas. Tres rollizas y verdes ranas, mirándome como si fuese un batracio particularmente odioso.

Había guardado silencio sobre lo del baño de tinta, pero aquél asunto de los anfibios tenía enjundia suficiente como para recurrir a Porridge.

-Veo la mano de ese monstruito en esto, Porridge.
-Es más que posible, señor.
-Ya sabe, Arnold Fitzwilliams, esa especie de comadreja con gorrita de tweed. Me pidió dinero cuando llegué aquí.
-¿Y milord no se lo dio?
-Me pidió una corona.
-¡Caramba!
-Eso mismo pensé yo, Porridge. ¡Caramba!
¿Qué cree que estará tramando ahora?
-Piojos, señor.
-¿Piojos? ¡En el nombre de Dios Todopoderoso! ¿De dónde ha sacado esa idea?
-Éxodo 8-16, señor.
-¿La Biblia?
-El Pentateuco, señor: las Plagas de Egipto. Primero, el agua se convierte en sangre, después, las ranas; en tercer lugar, los piojos...
-Pero ¿a qué clase de retorcido psicópata nos estamos enfrentando?
-A uno muy aventajado, milord. Me atrevería a sugerir que la tarifa de una corona puede no ser tan exagerada.
-¿En serio? ¿Vamos a tirar la toalla ante un mocoso de nueve años?
Porridge, noto picor en el pelo. Mire a ver si ve piojos.
-Ni rastro de ellos por el momento, señor.
-No es por el dinero... es por el principio. ¿Cuántas plagas eran?
-Diez, milord.
-¿Podría hacerme un resumen?
-Sangre, ranas, piojos, moscas, ganado muerto, pústulas...
-¡Pústulas! ¡Dios Todopoderoso, Porridge! ¡Traiga mi cartera!
-Sabia decisión, señor.
-Y traiga también una Biblia. Quiero leer esa parte donde aparece el Rey Herodes.


(Continuará el próximo viernes)