Estos tres conceptos parecen inseparables, pero no lo son en el decurso de la Historia:
NOBLEZA
La nobleza nace de la instauración del carácter hereditario en la casta militar de la recién nacida sociedad estamental: los señores de la guerra emparentan entre ellos y consolidan su posición de dominio, para conservar la exclusiva en el ejercicio de la fuerza contra otros clanes. El análisis marxista estudia críticamente este fenómeno, pero es un análisis anacrónico, pues su naturaleza podría rastrearse hasta el comportamiento social de los primates.
Hasta finales del siglo XVIII, la sociedad europea está dominada por la nobleza como clase social, cuya esencia va alejándose paulatinamente del poder guerrero, pero conserva la supremacía en todos los aspectos del poder social: desde el clero a la justicia y el entorno cortesano del gobierno.
MONARQUÍA
La monarquía en Europa es una élite sacralizada de la propia nobleza. Nace dentro de ella para ocupar la posición suprema del Poder: la encarnación misma de la Auctoritas del Estado.
Las primeras monarquías son electivas. Con el tiempo, la legitimidad hereditaria gana terreno como alternativa a la “elección”, que en la práctica es un enfrentamiento, a menudo violento, entre facciones nobiliarias.
ARISTOCRACIA
Prescindiendo de etimologías obvias, la aristocracia implica el mantenimiento de una situación colectiva de privilegio. Aquí, el carácter hereditario surge espontáneamente del deseo de los padres de que sus hijos conserven su posición. Esto no ocurre sólo en los entornos nobiliarios. Podemos ver este fenómeno en sociedades aparentemente muy distintas de la vieja nobleza estamental.
Basta echar un vistazo a las tiranías marxistas para ver que hay apellidos que garantizan una posición de privilegio. Y no sólo en Corea del Norte: el socialismo español y los nacionalismos periféricos están urdidos por pequeñas castas hereditarias que mantienen su poder, o al menos, lo intentan. Bien es cierto que se trata de estirpes más cortas, pues carecen del poder absoluto que detentó la antigua nobleza. Pero el fenómeno sociológico es el mismo.
LA NOBLEZA HOY
En los viejos países europeos, donde existió una nobleza estamental, sigue habiendo personas con título, pero la nobleza no es ya una clase social. Existen los nobles, pero no son una casta, sino, acaso, un pequeño lobbie social que trata de mantener su identidad por el prestigio de su pasado.
En realidad, la nobleza no existe como clase desde principios del XIX, cuando los cambios sociales derivados de la Revolución Francesa hacen que el poder sea permeable a individuos ajenos a la antigua casta nobiliaria. El resultado es que la vieja nobleza busca su supervivencia en una alianza -vergonzante al principio- con la aristocracia del dinero.
La mayor parte de los actuales nobles descienden de un linaje híbrido, falsificado a veces, entre estas dos clases sociales. Unos aportan el abolengo y otros el dinero.
Una vez más, debemos abstenernos de aplicar criterios “morales” a un fenómeno tan universal como querer conservar la posición de privilegio en una sociedad cambiante.
LA MONARQUÍA HOY
La antigua vinculación entre nobleza y monarquía ha decaído por la misma razón: la nobleza de hoy no tiene una función social. No es una clase, sino, a lo sumo, un colectivo unido por sus vínculos con el pasado. En el fondo, una ficción, pues los títulos con pocas generaciones reclaman la misma posición de prestigio que las casas ducales más antiguas, y todos o casi todos descienden discretamente de familias de banqueros, políticos y comerciantes que les ayudaron a sobrevivir cuando el mero título no garantizaba siquiera la supervivencia económica.
La monarquía, en cambio, sí mantiene una función social. Un rey constitucional sigue encarnando la Auctoritas del Estado, aunque el poder efectivo haya migrado por completo a una clase política despegada de la vieja nobleza.
El carácter hereditario de la monarquía, que algunos critican por no ser democrático, sigue siendo, hoy como en su origen, una alternativa a la lucha entre facciones para ocupar la jefatura del Estado.
Esto no es posible en cualquier país: sólo en aquellos que han conservado la institución hasta hoy. La doctrina académica suele afirmar que la forma de la jefatura de Estado no quita ni pone calidad democrática a éste, lo que es fácilmente comprobable en la diversa calidad democrática que hay entre las monarquías, y también entre las repúblicas.
En España no hay Corte. ¿Necesita la monarquía de una clase nobiliaria para sobrevivir? En mi opinión, no. Los lazos históricos existen, pero no son esenciales. No será apellidarse Rocasolano lo que haga peligrar el futuro dinástico de la Princesa Leonor. Será la convicción de los españoles de que la institución sigue siendo una garantía y no un lastre, una defensa frente al banderismo político que fagocita las instituciones, lo que determinará que la monarquía sobreviva o no.
Yo lo tengo claro. Que cada uno se forme su opinión, en la certeza de que no habrá rey ni reina si el país no hace un esfuerzo por sostenerlos. Porque, una vez que desaparezcan, lo harán para siempre.
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