Lou, querida:
He pasado tres semanas atrapado en Liverpot Hall, la choza de tía Maggie en Lincolnshire. Todo por culpa del atolondrado de Thomas ‘Turkey’ Singlesong-Bartholdy, mi viejo compañero de colegio. ¿Le recuerdas? Nuestra joven promesa del piano: aquel muchacho pálido y soñador, con aspecto de haber sido prolongadamente hervido.
Me lo encontré disfrutando de la hospitalidad de mi tía, en calidad de profesor de piano de mis adorables sobrinos. Su vocación artística parece estar reñida con la solvencia económica, y necesitaba un techo donde refugiarse mientras concluye su magna obra:“Boadicea, reina de los Icenos”, llamada a derribar los muros de la Royal Opera House con todos los críticos dentro.
Turkey es un alegre compañero en sus días buenos, pero tiene el defecto de ser enamoradizo como un colegial, si es que esas criaturas con granos siguen enamorándose como solían.
Le he visto languidecer por sopranos dramáticas y sopranos coloratura, aunque, en este caso, la elegida de su corazón es una mezzo lírica de gran cromatismo, conocida en el mundo como Miss Cordelia Strings, hija y heredera del honorable Sir Wilmot Strings, de Brokenchord Oaks, que dista apenas un fortissimo de Liverpot Hall.
Cuando llegué, sus corazones vibraban ya al unísono: un dúo de amor capaz de hacer llorar a los ruiseñores en sus nidos y a las comadrejas en... donde quiera que pasen sus ratos de ocio.
No he visto nada tan empalagoso desde que Arnold Fitzwilliam me cambió la pasta de dientes por leche condensada.
Te preguntarás qué pinto yo aquí, como troisième larron, entre estos dos tortolitos. Como buena aficionada a la ópera, sabes de sobra lo que ocurre cada vez que el tenor y la mezzo declaran que se aman: impepinablemente, un barítono se opone.
El barítono no es otro que Sir Wilmot Strings, que hizo su fortuna en el negocio del acero y, al decir de Turkey, tiene el corazón de una aleación particularmente dura.
Estos millonarios tienden a considerar que todo el mundo comparte su estrecha y crematística visión de la existencia. Muy particularmente, los pretendientes de sus hijas.
Había razones fundadas para temer que, si el viejo Strings se olía la liaison amoreuse entre su hija y el pianista, las cosas se pondrían muy feas para el pianista.
Y aquí es donde entra Sans-Foy en escena, con el proverbial savoir-faire y conocimiento del mundo que caracterizan... a Porridge: en cuanto Turkey me vio aparecer en Liverpot Hall, se arrojó a mis brazos como un gondolero sobre un plato de ravioli.
-Eugène, viejo cacharro, tienes que ayudarme. ¡Es asunto de vida o muerte!
-Estoy a tu entera disposición, muchacho. Si se trata del bello sexo...
-Se trata.
-Entonces, cuenta con mi simpatía y mi exper...
-¡Al cuerno con tu experiencia! ¿Ha venido Porridge contigo?
Son momentos que me hacen dudar del papel que me correspondería, si Porridge y yo tuviésemos que representar a don Quijote y Sancho Panza, a Amadís y su escudero Gandalín, a Lanzarote del Lago y su... quien quiera que le abrillantase el casco. Me pregunto qué papel nos daría a cada uno el director de escena... y prefiero no responderme.
-Porridge, le presento al joven Singlesong-Bartholdy.
-Tengo el gusto de conocerle desde que era muchacho, señor. Serví en casa de su tío Cornelius.
Había algo parecido a cordialidad en la manera en que Porridge se interesó por las cuitas de Turkey. Nadie describiría a Porridge como un individuo proclive al sentimentalismo, pero percibo que, con los años, va desarrollando una mayor tolerancia hacia los dislates de la vida amorosa.
Te estarás preguntando qué estratagema se le ocurrió para atravesar la férrea coraza de Sir Wilmot Strings. Pues bien: en presencia de lo más granado de la sociedad de este apartado agujero del Imperio, ayer tuvo lugar en Liverpot Hall una representación de aficionados de “Rosaura, la Figlia del Carceriere” drama lírico en dos actos con letra y música de T. Singlesong-Bartholdy, con arreglo al siguiente reparto:
Rosaura, figlia del carceriere: Miss Cordelia Strings, mezzo.
Lindoro: Mr. Thomas Singlesong-Bartholdi.tenor.
Rocco, carceriere di Palermo: Sir Wilmot Strings, bajo-barítono.
Ruggero, Gran Conte di Sicilia: Mr. Wilbur Porridge, barítono.
Un paje/ un mensajero/ un prisionero: M. Eugène de Sans-Foy, tenor.
Es cierto que el mío no era un papel de relumbrón, pero no faltaban un par de frases dramáticas a las que supe imbuír del patetismo necesario para el buen fin de la obra: predisponer a Sir Wilmot a favor del amor verdadero, contra la mezquindad de quienes a él se oponen.
El aria de Lindoro, “Ah, carceriere del mio cuore”, y su dúo con Rosaura, “Anchese tutto passa, il nostro amore resta”, fueron entonadas con una vehemencia nunca vista ni oída en Lincolnshire.
Merece mencionarse el aria del Gran Conte, “Pentiti, padre funesto!”, en la que Porridge se revela como un barítono dramático de gran brillantez en los registros graves.
En suma, la representación fue un éxito: los aplausos y las ovaciones del público sumieron a Sir Wilmot en un revoltijo de emociones como aquél que se traga barcos enteros en Noruega, y tal y como estaba planeado, el anuncio del noviazgo le llovió encima, con grandes lagrimones por su parte, nada más caer el telón,
Me complace anunciarte que la señorita Strings será próximamente la señora Singlesong-Bartholdy. Hasta es posible, sólo posible, que Sir Wilmot financie la representación de “Boadicea, reina de los Icenos”.
En el tren de vuelta a Londres, repasé los acontecimientos con el Gran Conte de Sicilia:
-Porridge...
-¿Milord?
-¿Se fijó Vd. en la cara de Sir Wilmot al final de la obra? Nunca había visto tanta variedad de colores en un rostro humano.
-Muy destacable, señor, aunque esperable en un individuo de su temperamento y complexión.
-Creo que esquivó el infarto por un pelo.
-Era un riesgo que había que asumir, señor.
-¡Porridge! ¿No me diga que lo había previsto?
-Una eventualidad lamentable, sin duda... que no habría impedido la unión de la feliz pareja, milord.
-Me da Vd. miedo, Porridge.
-Siento oírlo, señor.