arrimándose a Corina:
rubia astuta y viperina
que le echó del pedestal.
Pese al sórdido final,
poco puede hacer el CIS
y la Izquierda petisuís
contra su pasado regio.
Bien merece el privilegio
de morir en su país.
Mis convicciones son firmes, mis abdominales no tanto.
Los lectores de prensa (y eso que somos casi una élite entre el pasotismo dominante) nos alimentamos mayoritariamente de titulares. Así, la victoria del Sinn Féin en las elecciones de Irlanda del Norte ha sido repetida y encumbrada como una victoria del republicanismo y un prolegómeno de la imparable unificación de la isla.
Si uno va más allá de los titulares, se da cuenta de que las cosas no son así.
Irlanda del Norte vive un delicado equilibrio político y social, sostenido por el acuerdo de Viernes Santo, en el que los sectores hasta entonces enfrentados en las calles acordaron posponer sus objetivos maximalistas para posibilitar un día a día en paz.
Suena sensato, y lo es, porque hicieron falta décadas de brutalidad enquistada para asumir la frustración como un precio aceptable para poder ir por la calle sin mirar atrás.
El acuerdo de Viernes Santo es un statu quo precario, puesto que ni católicos ni protestantes (esta terminología es una convención, porque la fe pinta bien poco en esta carnicería enquistada) ni católicos ni protestantes, digo, han renunciado a sus objetivos políticos; sólo han acordado aplazarlos mientras el equilibrio de fuerzas va oscilando sin interferencias violentas.
El Sinn Féin es el IRA, como Bildu es ETA. Esto no es una opinión: es un hecho.
En ambos casos, la imagen pública de ambos partidos legales ha ido alejándose de la más histórica y sangrienta. En primer lugar, porque sus organizaciones "militares" han dejado de operar. Esto es: de matar gente por la espalda. En segundo lugar, porque sus líderes han tenido la habilidad de blanquearse ante una opinión pública con memoria de pez.
Para esto han contado con ayuda. En el caso del Sinn Féin, la de el poderoso lobby norteamericano-irlandés, y en el caso de Bildu, la del mismísimo Gobierno de España, que necesita sus votos para sobrevivir encaramado al último risco del extremismo.
Los que no han olvidado el origen del Sinn Féin son los unionistas probritánicos, nada dispuestos a facilitar el pragmatismo institucional si no cuentan con la posición dominante. Y, a falta de peso electoral suficiente, fían esta posición al apoyo del Pedro Sánchez británico: Boris Johnson.
Quizá sea exagerado equiparar al rubio con el moreno, pero hay conexiones inequívocas: una desmedida ambición personal y un más que escaso apego a la palabra dada.
¿Qué hará Boris? Dios lo sabe, pero, conociendo a su homólogo moreno, puedo imaginarlo: ganar tiempo, mentir a todo el mundo y sobrevivir mientras pueda, aún a costa de dejar tras de sí una catástrofe de la que no se podrá salir sin sufrimiento y en mucho, mucho tiempo.
Hay artículos que no deben pasar desapercibidos, y, entre el fárrago de columnas y columnistas, puede colársenos una pieza memorable, si no nos dan el queo. Para eso estamos:
Regino García-Badell: "La madre de Frankenstein", en VOZPÓPULI
Los entusiastas del asesinato,