martes, 31 de diciembre de 2024

UN SONETO PARA EL AÑO NUEVO


¡Aquí está ya el Concierto de Año Nuevo!
En el Musikverein, que es un tesoro
-chapado hasta el retrete en pan de oro-
Estar allí en persona cuesta un huevo,

y como a tanto gasto no me atrevo,
lo puedo ver aquí, en la Piel de Toro:
La orquesta, los impúberes del coro...
y a Muti, que no es ya ningún efebo.

El año va a empezar en dos patadas.
No hay año que, al sonar las campanadas,                                
contemple nuestras canas y se apiade.

Y si la transición es inminente,
¿qué menos que empezar alegremente,
con Muti, con Strauss y Martín Llade?   

¡Feliz Año nuevo a todos!

viernes, 27 de diciembre de 2024

VII. PANTALONES A CUADROS


Donde Eugène de Sans-Foy manifiesta a la joven Lady Parsons ciertas desavenencias de índole doméstica.

-“Lamento informar al señor de que me es imposible permanecer bajo el mismo techo que los pantalones del señor”.

¿Puedes creerlo, Lou? ¡Porridge se ha despedido! ¡Así! ¡Sin la menor consideración para con mi bienestar físico y espiritual! Estoy persuadido de que la Civilización Occidental atraviesa sus días postreros. No hay respeto, no hay dignidad, no hay valores sagrados.

En fin, Lou... no te negaré que me encuentro algo decaído. Esta tarde he ido a prepararme un reconstituyente y no he sido capaz de encontrar los vasos ni el sifón. Afortunadamente, el whisky estaba en el lugar de costumbre, pero he tenido que servírmelo en un jarroncito de Sèvres. 
Páramos de soledad, mustio collado... Mi vida es un infierno.

Todo comenzó la semana pasada, cuando salí a disfrutar de la tenue caricia del sol invernal. Cruzando Saville Row, me tropecé literalmente con él: con el pantalón, quiero decir. Es un pantalón a cuadros, corte sportsman, con dobladillo. Puede que los cuadros sean grandes y los colores algo chocantes para el deán de Canterbury... pero ningún caballero menor de cincuenta que haya frecuentado los hipódromos, las regatas y los campos de golf podría sustraerse a sus encantos.
Entré con ellos puestos en el Buzzy Bugs’ y recibí frenéticas muestras de admiración, con la sola excepción del idiota de Pickle-Pinkerton... pero ya sabes que Freddy es la envidia hecha pecas.

Porridge disfrutaba de su tarde libre. Al regresar a casa, se encontró los pantalones sobre la cama, esperando sus minuciosos cuidados.

-Temo que la lavandera ha sufrido una confusión, señor. He encontrado una prenda que no pertenece al señor.
-¿Se refiere quizá a mis nuevos pantalones a cuadros? Demoledores, ¿no cree, Porridge?
-(...)
-¿Ocurre algo, Porridge?
-(...)

Permaneció el resto del día sumido en un hosco silencio.
Mientras me servía la cena, la tensión podía cortarse con el cuchillo del pan. Y cometí el error de volver al tema, con las fatales consecuencias que ya conoces: “o los pantalones, o él”.
Ya comprenderás que un caballero no puede ni debe aceptar imposiciones de sus subordinados, así que no me quedó otra que desearle mucha suerte en la vida y ofrecerle excelentes referencias.

Oh, Lou: tengo una lata de lengua en salsa para cenar, y ni siquiera sé cómo diantres se abre.
Mañana llegará el sustituto que me envía la agencia. Cruzo los dedos para que sea mejor que los tres últimos.

LA CURIOSIDAD TIENE EL CUELLO LARGO

Donde Wilbur Porride se sincera con su amigo y colega Angus O’Flagherty, Secretario Segundo del Club Ganímedes, al que pertenecen los más conspicuos miembros de la profesión de Mayordomo y Ayuda de Cámara de la Metrópoli y sus dominios de ultramar.

Querido Angus:

Me complace informarte de que mi situación profesional en casa del caballero Sans-Foy ha vuelto a la normalidad, y ello se ha producido sin menoscabo alguno para la dignidad de nuestro respetable oficio.
Recibí una carta de la joven Lady Parsons en la que me comunicaba la desaparición del casus belli que me separaba de mi señor. El asunto, al parecer, fue como sigue:

Milord pasó toda la semana bajo el influjo diabólico de aquellos malditos pantalones. Los exhibió en el Club, los exhibió en la City, los exhibió en St. James... y no quiero confirmar si llegó a ponérselos en la Catedral de San Pablo.

Como dice siempre mi tío, el padre McCaulin, “el demonio es generoso con quienes le idolatran, pero, si el camino es dulce, el destino es amargo”.

Lucifer estuvo particularmente inspirado el sábado por la mañana, pues sólo así me puedo explicar la concurrencia en el mismo punto y a la misma hora, de los pantalones de milord, con milord dentro, y una cabalgata del Circo Barnum, que, según me cuentan, incluía acróbatas a pie y a caballo, y diversas especies de cuadrúpedos de la fauna asiática y africana.

Pasaron los caballos y todo fue bien. Con los camellos y los dromedarios tampoco hubo novedad. Llegó el turno a los elefantes, para regocijo de la chiquillería... Sin incidentes dignos de mención. Pero, hete aquí que, cerrando la cabalgata, venía una jirafa. Una jirafa hembra de seis años, de nombre Penélope, por más señas.

Dice el poeta persa que, “a menudo, los animales cumplen más fielmente que los humanos los designios del Hacedor”. 
No sería descabellado aventurar que fue el Hacedor quien persuadió a Penélope de que tales pantalones no eran algo que una jirafa decente pudiese pasar por alto.

Primero se detuvo, como sorprendida. Después bajó su gran cabeza y observó a milord de hito en hito. 
He tenido el placer de conocerla personalmente y te aseguro, amigo mío, que tiene las pestañas más arrebatadoras que he visto jamás, por lo que el privilegio de su mirada es algo que sobrecoge a un alma sensible.También es verdad que esos ojazos te miran desde un pedestal de 14 pies de altura y 2.000 libras de peso, así que el encanto de su mirada no está del todo exento de intimidación.

Lo cierto es que Penélope se detuvo en seco y seleccionó a milord de entre el público, acercando su rostro al suyo con las más efusivas muestras de reconocimiento. Milord aguantó el tipo galantemente, como corresponde a un caballero. Al menos, hasta que la  jirafa empezó a lamerle el rostro con una lengua del tamaño de un bate de cricket. Sólo entonces optó por retroceder discretamente parque a través. 

Se puede competir ventajosamente con una jirafa en agilidad verbal y juegos de manos, pero intentar correr más deprisa es un esfuerzo destinado al fracaso. Toda una generación de infantes londinenses recordará la alocada carrera a traves de Hyde Park del caballero de pantalones a cuadros perseguido por la jirafa.

No quiero extenderme en detalles innecesarios, pero la conclusión de tan singular evento se tradujo en el más profundo aborrecimiento por parte de milord ante cualquier persona, animal o cosa estampada a cuadros.

El cuidador de la jirafa me cobró veinte dólares por el trabajo, que al cambio hacen casi dos guineas, pero estarás conmigo en que un animal que es capaz de memorizar una cara por una simple fotografía, y reconocerla luego entre la multitud, no merece que le regateen el salario. 
La familia Giraffidae tendrá siempre en mi corazón un lugar preferente entre el vasto Orden de los artiodáctilos.

Tuyo Affmo.

Wilbur F. M. Porridge.

lunes, 23 de diciembre de 2024

EL REGRESO DE PÉRFIDUS

 

El Syphilis Saloon de Pottawatomie Creek ha cambiado bien poco en estos años. Tampoco se ha limpiado gran cosa. Los grandes espejos colocados tras la barra no resistieron las alegres balaceras electorales, y han sido sustituídos por afiches de actrices de moda, que muestran impúdicamente sus tobillos a la habitual patulea de mineros, buscavidas, mormones y buscavidas mormones.

Moses Slotnik y su hermano Mordecai han conseguido mantener abierto el negocio entre las sucesivas fiebres del oro y descargas de plomo. No son más ricos ni más honrados, pero ambos se han hecho viejos. 

Tres incendios, dos estampidas y un ataque indio han distraído algo a sus habitantes, pero el recuerdo de Pérfidus Bocarte McFoster nunca ha abandonado el pueblo. Esta tarde, cuando la silueta del viejo Ripper y su jinete se recortaron sobre el horizonte, todos supieron que la Tierra había dado otra maldita vuelta de ciclo.

No hubo mestizos huérfanos que amarraran al penco, triste despojo de su antigua gloria. Las botas de McFoster golpearon el suelo polvoriento como cadáveres de cuervos, y las espuelas tintinearon fatigosamente sobre las escaleras del Saloon. El negro escupitajo de tabaco no cayó sobre el perro, sino que alcanzó la escupidera con suficiente fuerza como para hacerla orbitar un rato sobre sí misma. Pérfidus se sentó.

Pasaron unos instantes sin que ni Moses, el camarero, ni Mordecai, el pianista, ni ninguna de las negras almas con forma de parroquianos palurdos acodados en la barra se atreviese siquiera a respirar. El sonido de un moscón atravesó la sala para volver decepcionado al sucio establo del que había salido.
Pérfidus McFoster se levantó de la silla y se acercó a la barra.

-Me gustaría tomar un maldito bourbon, si es que tiene.

Moses descorchó la botella, y sólo su larga práctica en el oficio y la medicación para el delirium tremens obraron el milagro de que no derramara una gota fuera del vaso. McFoster se lo llevó a los labios y bebió. En ese instante, Mordecai recobró el control sobre sus falanges y comenzó un tímido caracoleo sobre el teclado.

No hubo más palabras, no hubo torvas miradas, gestos ni ademanes. Pérfidus siguió bebiendo despacio, con la mirada perdida entre el polisón y las enaguas de las actrices pintadas.
El Saloon fue recuperando la respiración y llegaron a oírse algunas conversaciones y hasta risas de los parroquianos que no sabían quién era Pérfidus Bocarte McFoster, el inmoderado asesino, descuartizador y réprobo del Estado de Kansas.

El color granate de su cara y el hecho de que sus ojos asomasen desaforadamente de sus órbitas indicaban que Moses Slotnik estaba a punto de decir algo:
-Hace tiempo... que no... le veíamos por aquí.
-Diez años -respondió Pérfidus, sin quitar la vista del polison-
-¿Ha estado...f-fuera?
-He estado en la cárcel.

Mordecai, más atento a la conversación y al 44 Russian de McFoster,  perpetraba una versión particularmente libre del Lamento del Cowboy.
Pérfidus señaló el vaso y Moses volvió a llenárselo con algo más de calma.

En aquél momento, las puertas del Syphillis Saloon se abrieron de par en par y dejaron paso al más desordenado, caótico y ruidoso trío de barbudos que haya asaltado un salón en día de paga. No parecían mineros: llevaban trajes de ciudad, pero tan polvorientos y raídos que se diría que habían cruzado el Rock Canyon cabalgando unos sobre otros.

Aldaman, McKoldo y Ábalous entraron al Saloon vociferando entre grandes risotadas, mientras arrastraban un sucio baúl que casi parecía un ataúd.

-¡Ja, ja, ja! ¿Qué me decís ahora? ¿Estaba o no estaba donde lo dejé? -dijo Aldaman, apartándose de la boca sus polvoriantas barbas.
-Vamos a repartirlo -dijo McKoldo- ¡Pero antes tomaremos unos tragos!
-Os diré lo que haremos, -dijo Ábalous, que era claramente el más correoso de aquellos tres truhanes- Hemos pasado suficiente tiempo entre rejas por esconder dinero: no quiero cabalgar con mi parte a cuestas por el desierto, ni aunque me proteja ese pájaro de McFoster.
-¿Y qué quieres? -dijo McKoldo- ¿gastártelo en carne, como haces siempre?
-No. Quiero una vida tranquila: vamos a comprar el pueblo. Aldaman se quedará el banco, tú el hotel, y yo, el Saloon.
-Más despacio, amigo, -dijo Moses, el camarero- El Saloon no está en ven... -La palabra murió en sus pringosos labios, porque Ábalous había levantado la tapa del cofre, y el brillo del oro había teñido el local y a los parroquianos del dulce color de los sueños.
-¡La madre que parió a Paneque...! -Eso lo dijo Mordecai, cerrando de golpe el piano. Su hermano Moses se había convertido en una gárgola boquiabierta, demasiado pétrea para emitir sonido alguno.

Apenas unas horas después, el Saloon seguía oliendo igual, pero los personajes habían cambiado de sitio: Aldaman, McKoldo y Ábalous vestían los trajes de los antiguos dueños, que no eran exactamente de su talla, pero tenían la ventaja de no estar hechos andrajos. McKoldo servía whisky a los parroquianos -Hoy invita la casa, pero no os acostumbréis- mientras los hermanos Slotnik, muertos de risa, arrastraban sendos baúles hacia la puerta.

Solo Pérfidus McFoster permanecía silencioso en el mismo lugar.

-Bueno, Bocarte... -dijo Moses- ¿te quedas con los nuevos amos? ¡Aquí te vas a hartar bourbon gratis!

McFoster se levantó despacio y pasó junto a Moses, agachado junto a su baúl. Le escupió en la frente su negra mascada de tabaco. Las espuelas tintinearon y Pérfidus salió del Salóon, perdiéndose en la noche. El galope de Ripper fue lo último que supieron de él.

Secuela de un viejo relato navideño intitulado "PÉRFIDUS... A CHRISTMAS CAROL"

viernes, 20 de diciembre de 2024

VI. REBELIÓN A BORDO



Donde la joven Lady Parsons hace saber del lamentable estado de inanición en el que se encuentra toda su estirpe.

Eugène, estoy desesperada: tienes que mandarme aquí a Porridge en el tren de las doce.
Sólo así llegará a tiempo para evitar el desastre.
 ¡Oh, Eugène, no sabes lo que ha sido esto durante la última semana!
Mrs. Muffwater, nuestra cocinera, ha entrado en ignición. Nadie sabe bien cómo empezó. Creo que uno de los camareros novatos le fue con un comentario displicente de Lady Cheddar sobre su pastel de hígado y cebollas. 
¡Lady Cheddar, esa vieja obtusa que no sabría diferenciar unos oeufs Richelieu de un cesto de higos chumbos, se permitió criticar la Joya de la Corona del recetario Muffwater! ¡El pastel de Hígado, cuyos arcanos le han sido transmitidos por línea materna desde los lejanos días del Parlamento Largo!

Eso ocurrió el lunes. Desde entonces, nos alimentamos de té y huevos duros.
Nadie se ha atrevido a bajar a la cocina, porque, ponerse delante de los ojos de Medusa de la cocinera sería arriesgarse a que anuncie su dimisión... Y antes de que eso ocurra, sería preferible ver arder Parsons Manor en gozosa y apocalíptica pira.

Pensarás que alguien tan solvente como McGrog, el mayordomo, se basta y se sobra para resolver semejante minucia... Si le vieras ahora, perderías toda esperanza: su ojo izquierdo irradia el fatalismo de un hombre superado por las circunstancias. No podemos saber lo que irradia el ojo derecho, porque lo mantiene cubierto con un filete de ternera.

Mañana, sábado, tendremos aquí a cenar a los Príncipes de Liechtenstein. ¿Te lo imaginas, Eugène? ¿Tendré que encargar pastel de riñones y una pierna de cordero en “El Pollo y la Anaconda”?

Estoy tan desesperada que no veo otra solución que Porridge. Porridge o el fuego purificador. 
Puedes decirle que se lo he comentado a McGrog y ha asentido dolorosamente. No sabes cuánta desesperación puede expresar este hombre con un solo ojo.


TESEO Y EL MINOTAURO

Donde Wilbur Porridge, valet de Monsieur de Sans-Foy, agradece a su tio Seamus, de Pudding Point, Tipperary, su inapreciable ayuda en la resolución de la presente crisis.

Querido tío Seamus:

Lo primero, agradecerte la prontitud de tu respuesta.
Tu telegrama fue para mí como un rayo de luz en mitad de la noche.
“Servir cabeza vieja bandeja plata, stop”.
No se puede ser más claro por cinco chelines.

Cuando llegué a Parsons Manor, la oscuridad reinaba en la planta noble y sus habitantes rondaban por los corredores como almas en pena. El viejo Lord, royendo unas galletas rancias en la soledad de su gabinete, era la viva imagen de la desolación.

Decidí coger el toro por los cuernos y me encaminé hacia la cocina sin más dilación. 
Si hablamos de la señora Muffwater, lo de “coger el toro por los cuernos” tiene poco de metáfora. Al adentrarme en sus cavernosos dominios, tenía la misma flojera en las rodillas que aquel tipo, Teseo, en el laberinto del Minotauro.
Crucé el umbral de la cocina, y allí estaba ella, mirándome con ojos de fuego.

-Señora Muffwater: su honor ha sido ofendido y debe ser vengado. He venido hasta aquí para asegurarme de que así sea.

Mis palabras parecieron desconcertarla. Poco a poco, el brillo de su mirada fue tornándose menos homicida, y asomó a sus labios algo remotamente parecido a una sonrisa.
Los demás miembros del servicio fueron asomándose desde sus madrigueras y pronto la casa entera bullía en un paroxismo de energía culinaria.

Los Príncipes fueron recibidos con la oportuna pompa de una corte oriental, y el comedor de gala ardió en destellos de plata vieja y cristal de Bohemia.

Lady Cheddar, tan reseca como siempre y rebozada en diamantes como un calamar a la romana, fue colocada a la izquierda del Príncipe, pues, pese a tener el estómago de un moribundo, su conversación viperina y su conocimiento del Peerage no tienen competencia en los Dos Reinos.

La tradición familiar establece que a Lady Cheddar le sean servidas diminutas porciones del menú, cuidando de que éste no contenga demasiadas grasas y, bajo ningún concepto, carne de aves ni marisco.
El menú de la cena, cuidadosamente seleccionado por Mrs. Muffwater, consistió en:
 
Langouste en Bellevue
Écrevisses à la Armoricaine
Homard à la Newburg
Poularde de Bresse Périgourdine y
Foie Gras frais à la gelé de Porto.

Esquivando sus disimulados intentos de clavarme el tenedor, me aseguré de que le fueran servidas generosas porciones de todo ello.

Ni siquiera la buena crianza es báculo firme para engullir del plato semejantes dosis de crustáceos. El ánimo desfallece y busca en el vino la fortaleza que le falta.
Conscientes de ello, tanto el Côtes de Beaune como el Margaux y el Sauternes llegaban de la cocina a su copa reforzados con ginebra de garrafón.

Hasta aquí, todo marchaba según lo previsto, pero los dioses tienen leyes secretas que los mortales desconocen: al parecer, existe un entente siniestro entre la dieta de marisco y el licor sin refinar, al menos, por lo que a Lady Cheddar se refiere. No sólo engulló la cena como un estibador, sino que, a los postres, comenzó a dar muestras de inusitada vivacidad en alguien que ya era vieja y achacosa en vida de la Reina Emperatriz.
Comenzó por reírse estentóreamente de los comentarios del Príncipe. De ahí pasó a llamarle “Viejo Patillas”, lo que pareció caer en gracia a Su Alteza. No así a la Princesa, cuya ceja izquierda fue elevándose hasta alcanzar casi la vertical.

Cuando las damas se levantaron, Lady Cheddar se repantingó en su silla, encendió un cigarro y dijo algo así como “que se vayan estas pipiolas. Así podremos hablar de cosas serias”, y pidió “una botella de brandy y unas cartas sin marcar”.
Los criados no volvimos a ser requeridos, de modo que no puedo facilitar detalles de lo que allí ocurrió, pero las risotadas del Príncipe podían oírse desde la cocina.

Las cosas habían tomado un sesgo imprevisto y ya dudaba de que nuestros planes fuesen coronados por el éxito, pero, cuando los Príncipes abandonaron la casa, Lady Cheddar hubo de ser llevada discretamente a sus habitaciones sobre una puerta, lo que, en palabras de Mrs. Muffwater, fue “poner a la vieja en su sitio”.

Te envío veinte libras para invertir en nuestro pequeño negocio, y cinco más para tu peculio particular.

Tu afectuoso sobrino,
Porridge.

TE DEUM LAUDAMUS

Donde la joven Parsons hace un feliz epílogo de lo sucedido.

Eugène, querido:

Sólo tengo tres cosas que decirte: ¡gracias, gracias, gracias!

El brote jacobino de Mrs. Muffwater se ha resuelto de una manera que ni en mis mejores sueños pude imaginar. 
La llegada de Porridge pareció amansarla por arte de birlibirloque, y nos ofreció una cena como nadie recordaba desde los felices días del Rey Eduardo.

Sólo te diré que, esta mañana, a la hora del desayuno, ha aparecido el Jefe de Correos de Parsonsville, embutido en su uniforme de gala con olor a naftalina, para entregar un telegrama del Primer Lord del Almirantazgo, en el que “en nombre de Su Majestad, felicita a sus queridos primos Lord y Lady Parsons por la hospitalidad ofrecida a Sus Altezas los Príncipes de Liechtenstein; digna muestra de la excelente sintonía entre nuestros respectivos países”.

Papá está encantado, y mamá se ha recuperado como por ensalmo de una jaqueca que amenazaba con durarle un lustro.

Es una pena que tía Cheddar no haya podido enterarse, pero papá la ha facturado por vía urgente a la isla de Jersey, en la esperanza de que la brisa marina obre un milagro sobre su lamentable estado de salud.

Ese Porridge es un tesoro. Cuídalo bien.

Siempre tuya:
Lou.

viernes, 13 de diciembre de 2024

V. LA VISITA DEL HIPOPÓTAMO


Donde Eugéne de Sans-Foy tiene carta de su viejo amigo y compañero Perry Lacoste, poniéndose de manifiesto que los amigos son para las ocasiones.


Eugène, viejo cacharro, tengo que pedirte un gran favor.
Los muchachos del Buzzy Bugs’ siempre nos hemos sacado las castañas del fuego unos a otros. Acuérdate de cuando Lady Raspa se empeñó en que cantases en el Coro Metodista, cómo te di asilo en el desván durante tres días...

Lo cierto es que no sé por donde empezar.
¿Te acuerdas de Susan Franklin? Es mi prometida desde hace nueve felicísimos meses: un ángel con los ojos de color violeta. 
Susan es hija del embajador norteamericano en Egipto. Nos conocimos allí, cuando yo sesteaba en la Legación Británica. Toda su familia tiene intereses en Medio Oriente. Para ellos, es tan familiar como Chelsea. Buena gente, franca y abierta... pero, en todas las familias hay un ogro, y ése es el viejo Senador Franklin, tío de Susan, ya a punto de retirarse.

El Senador es un reconocido demócrata, si bien algo tendente a tratar a todo el mundo como a botones de hotel. Acaba de finiquitar sus negocios en Egipto, y regresa camino de un feliz retiro en las praderas de Illinois.

Susan, que está comprando el ajuar de bodas en París, le contó lo de nuestro compromiso, y el viejo ha recalado en Londres para echarme un vistazo.
Si el vistazo es satisfactorio, se plasmará en un cheque transoceánico del tamaño de Illinois... Así que, me conviene aprobar el examen.
Ahí es donde quería llegar, Eugène, viejo cacharro: yo NO PUEDO ver al Senador, porque el maldito Senador ME CONOCE.

¿Te dice algo este titular del Daily Mail?
“REGATA INGLESA ARROJA SENADOR AL NILO”.

La cosa no pudo ser más tonta. Los muchachos de la Legación teníamos un ‘cuatro’ con el que regateábamos por el Gran Río. Aquél día, remábamos cerca de la orilla para esquivar a todas esas chocolateras flotantes que abarrotan las aguas profundas... y tuvimos la mala fortuna de enganchar un sedal, en cuyo extremo resultó haber un caballero obeso con botas de goma y salacot. 

Comprenderás que, a 11 millas por hora, el ‘cuatro’ tenía las de ganar... y el señor obeso se encontró chapoteando en el Nilo, como un hipopótamo particularmente torpe.
Conseguí pescarlo con el remo y empujarlo hasta la orilla, pero su actitud era tan poco amistosa que optamos por obviar las presentaciones y remar río abajo, mientras él nos perseguía blandiendo la caña de pescar.

Afortunadamente, el viejo ni se imagina que su “Juan el Bautista” y yo somos la misma persona... pero te garantizo que se acuerda de mi cara tanto como yo de la suya. 
¿Ves en qué negra encrucijada me coloca el aciago destino?
Sin visita, no hay cheque... pero, si me ve la cara, ni cheque ni boda.

Le he estado dando vueltas al asunto, y he reparado en un detalle vital: el Senador viene a Londres por última vez. No volveremos a verlo, salvo que nos asalte en el futuro el improbable deseo de ir a cazar bisontes. 
Y ahí es donde entras tú, mi buen amigo, mi fiel y queridísimo compañero desde los lejanos días del pan con chocolate y los calzones cortos: tú serás yo.

Parpadea cuanto quieras y vuelve a leerlo, porque será mucho más sencillo de lo que imaginas: recibirás al Senador, le estrecharás la mano y le dirás: ¿Cómo está Vd.? Soy Perry Lacoste, del Foreign Office. ¡Dios salve a los Estados Unidos de América!.”

Será sólo una cena, Eugène. Todo lo más, un desayuno.
Sólo tienes que seguirle la corriente y darle la razón en todo.
(Y eso eres un experto, gracias a tu tía Raspa).

Gracias anticipadas, viejo. Susan te manda un beso. Escríbenos a París con los detalles.

P.D.: El senador llegará a tu apartamento hoy, viernes, a eso de las cinco. No olvides poner mi nombre en el buzón.
Le gusta el pescado de río.


Tu eternamente agradecido amigo,

Perry


CAMBIO DE AIRES

Donde Eugène de Sans-Foy hace partícipe a la joven Lady Parsons de la satisfacción del deber cumplido.

Lou, querida:

Después de leer la carta de Perry, comprenderás por qué no pude asistir a tu festival benéfico. Una pena, porque mi versión de “The Prisoner’s Song” habría entusiasmado a todas las madres del condado, y puede que hasta a sus hijas.

Imaginarás que una carta como ésa dejaría K.O. a cualquiera que no tenga temple de acero y un espíritu verdaderamente aguerrido.
Carezco de ambas cosas, pero la carta llegó el viernes a las cinco menos cuarto, y el Senador tocaba enérgicamente el timbre quince minutos después.
Afortunadamente, Porridge sabe preparar la trucha asalmonada al estilo de Tipperary, y al maldito yanqui le gusta más la trucha que al propio Schubert.
Unas cuantas botellas de mi mejor Riesling Kabinett hicieron el resto.

Acabo de escribir a la feliz pareja, anunciándoles que el viejo Senador se aleja hacia el Nuevo Mundo con una inmejorable opinión de Mr. Perceval Lacoste.

Sólo he omitido un par de detalles especialmente halagüeños, de los que tendrán conocimiento a su debido tiempo.
El primero es que el Senador mantiene excelentes relaciones con Lord Hurricane-Storming, nuestro enérgico Secretario del Foreign and Commonwealth Affairs.
El segundo es que, según me ha cablegrafiado desde el barco, puedo dar por hecho que yo, Perry Lacoste, seré el flamante vicecónsul británico en Reikiavik, plaza por la que tanto suspiré durante la cena.

Después de meses de sofoco egipcio, la feliz pareja agradecerá un cambio de aires, ¿no crees?

Tuyo afectísimo,
Eugène.

viernes, 6 de diciembre de 2024

IV. EL CONDE BÉLA


Breve extracto del diario íntimo de Lady Isadora Parsons. 
Pueden Vds. preguntarse cómo ha llegado a nuestras páginas, pero dudo que lo hagan, porque ustedes también son unos cotillas.

Querido diario:

Desde que lo conocí casualmente, mientras contemplábamos “El Matrimonio Arnolfini” en la National Gallery, el conde Béla Dubrovnik habita en mis pensamientos como un doliente fantasma de los castillos de Valaquia. 
Es un alma atormentada, sin duda. ¡Y tan sensible!
Le he invitado a visitar Parsons Manor. ¿He hecho bien?

Béla...
Cuánto misterio encierran esas cuatro preciosas letras… B é l a…


NO LE QUITÉIS OJO

Donde Ebenezer McGrog, colosal mayordomo de Parsons Manor, descarga en sus tres hermanos la zozobra que atenaza su corazón: hay en juego una cuestión de honor. Y en el clan McGregor, con el honor no se juega.


Queridos Murdock, Malamute y Mordecai:

He sabido que en Glendhungledoo se murmura sobre la naturaleza de mi trabajo. Duncan Macallan le dijo a Gregor Glenfiddich que yo era “algo así como un criado”.
Duncan Macallan es una sucia rata de cloaca, y en modo alguno debéis permitir que persevere en sus insidias.
Los McGrog hemos sido mayordomos desde mucho antes de que se llevaran los estampados a cuadros: desde los tiempos heroicos de Uther Pendragon. Y eso es mucho antes de que los Macallan se atrevieran a bajar de los árboles, aunque está en duda que llegaran a subir.

Pero no os molestaría por un asunto tan insignificante. Lo cierto es que a mi joven señora, Lady Isadora Parsons, le ha acometido una de esas crisis pasajeras que la incitan a pequeños despropósitos, como viajar al Continente o asistir a conferencias sufragistas.
Afortunadamente, esta vez la cosa no es tan grave: parte de excursión a las Tierras Altas “para poner en sintonía su desolado espíritu con el paisaje invernal”. 
No sé exactamente a qué se refiere, pero confío en que no le llevará más de dos semanas.

El problema es que no viaja sola. 
Además de Rose, su doncella, y las dos hermanas Poppins, viaja con ellas un fulano harto dudoso y, para colmo, extranjero, al que Milady conoció en Londres. Un fulano que se presentó en Parsons Manor de noche, sin equipaje y embozado en una capa de fieltro: el presunto conde Béla Dubrovnik.

Como van a alojarse en Cardigan Castle, bien podríais echar un ojo, sobre todo a ese tipo, de cuyas intenciones me fío menos que del salmón enlatado que vendemos a los yanquis, Dios nos perdone.

Tenedme al corriente. No hace falta que os diga que el honor de Lady Isadora es el honor de los McGrog.

Sinceramente,
Ebenezer.


EL PÁJARO VOLÓ

Donde Mordecai, el menor y más locuaz de los trillizos McGrog, pone al corriente a Ebenezer del feliz desenlace del asunto que nos ocupa.

Querido Ebenezer:

A la conclusión de la presente, coincidirás con nosotros en que el asunto del conde Dubrovnik ha quedado resuelto a plena satisfacción. 
Sus andanzas nocturnas en bicicleta, a capa desplegada, provocaron alguna alarma en los alrededores de Cardigan Castle; pero Malamute, que tiene buenas piernas, no dudó en seguirle por los oscuros caminos, y nos puso tras la pista de la verdadera naturaleza del personaje.

Durante el día, el conde acompañaba a las damas como un alma en pena, dejando escapar suspiros que acentuaban su deplorable aspecto continental. 

Murdock dice que, en sus tiempos de recluta, a eso le llamaban “hacerse el pollo lastimero”, y es una estratagema de probada eficacia con el elemento femenino.

Las señoritas se desvivían por atenderle. Una de las hermanas Poppins, la gordita, le tejió una bufanda que le hacía parecer un palo al que se ha atado un calcetín.
Lady Isadora mantenía la dignidad propia de su rango, pero, al tercer día, observamos que ella también suspiraba... y eso no nos gustó nada. Era preciso actuar.

Ya habíamos detectado que, entrada la noche, el conde tomaba prestada una bicicleta y abandonaba furtivamente la seguridad del castillo. 
Malamute envolvió con trapos los cascos de Pantorrillas, nuestro mejor pony, y se dispuso a seguirle. El viaje no fue largo.
La primera parada la hizo en “Las Armas del Almirante”, donde se tomó cuatro pintas de stout en lo que Malamute tardó en amarrar su montura. 
La segunda parada le llevó hasta “El Gaitero Soñador”, donde fueron seis pintas más y otras tantas copas del cristalino estimulante que allí llaman whisky, y en el resto del mundo, aguarrás.

La tercera parada la hizo en una zanja no demasiado profunda, ya de vuelta al castillo, donde pasó buena parte de la noche, hasta que, con la aurora, cobró fuerzas para acodarse en la bicicleta y regresar al hogar.

A la noche siguiente, la guardia de Malamute fue en vano, porque el conde no abandonó su guarida. Eso nos dio tiempo para hacer averiguaciones entre los parroquianos y descubrir que la marcada dicción transilvana del conde Dubrovnik se troca en fuerte acento galés cuando se amorra a la botella.
Y tirando del hilo... descubrimos otras cosas que saldrán a colación a su debido tiempo.

La noche siguiente no fue preciso esperarle junto a los fosos del castillo.
A eso de las doce, nos encaminamos tranquilamente a “El Gaitero Soñador”, donde le encontramos rodeado de parroquianos a los que obsequiaba con una versión beoda, pero bien entonada, de “Y Ferch Yn Ffair Llanidloes”.

-“Canta Vd. muy bien, señor Dubrovnik” –dijo Murdock- “Que me ahorquen si no me recuerda a aquél muchacho, Cecil Blevins, al que tan injustamente condenaron por falsificación y estafa en Swansea, hará ahora dos años”.

La torpe intromisión de Murdock privó a los parroquianos del estribillo y al señor Dubrovnik del habla. 
El resto puede resumirse en que el conde consideró del todo innecesario prolongar su estancia en Cardigan Castle y en todo el Reino de Escocia, prestándose voluntariamente a redactar una nota para las señoritas, en la que se excusaba por lo repentino de su partida, pues acababa de saber que su mamá, la condesa, se encontraba mal de salud.

Malamute, siempre tan pesimista, llevaba su “cariñosa” en el bolsillo, por si el asunto requería de alguna persuasión táctil... pero no hubo ocasión. Muy al contrario: la actitud del conde fue tan caballerosa que no pudimos por menos que invitarle a algunas rondas, por valor de una libra y siete chelines, que puedes reembolsarnos por el conducto habitual.

En casa, todos bien. Lord Marlborough, nuestro querido cerdo, montó a la marrana de los Glengoyne, por lo que nos corresponde un tercio de los cochinillos; pero la muy puerca ha parido trece, por lo que habrá que esperar a que engorden para que nos den cuatro cerdos y un tercio, pagando nuestra parte de la manutención.

Tuyos afectísimos,
Murdoch, Malamute y Mordacai McGrog.