Donde Eugéne de Sans-Foy tiene carta de su viejo amigo y compañero Perry Lacoste, poniéndose de manifiesto que los amigos son para las ocasiones.
Eugène, viejo cacharro, tengo que pedirte un gran favor.
Los muchachos del Buzzy Bugs’ siempre nos hemos sacado las castañas del fuego unos a otros. Acuérdate de cuando Lady Raspa se empeñó en que cantases en el Coro Metodista, cómo te di asilo en el desván durante tres días...
Lo cierto es que no sé por donde empezar.
¿Te acuerdas de Susan Franklin? Es mi prometida desde hace nueve felicísimos meses: un ángel con los ojos de color violeta.
Susan es hija del embajador norteamericano en Egipto. Nos conocimos allí, cuando yo sesteaba en la Legación Británica. Toda su familia tiene intereses en Medio Oriente. Para ellos, es tan familiar como Chelsea. Buena gente, franca y abierta... pero, en todas las familias hay un ogro, y ése es el viejo Senador Franklin, tío de Susan, ya a punto de retirarse.
El Senador es un reconocido demócrata, si bien algo tendente a tratar a todo el mundo como a botones de hotel. Acaba de finiquitar sus negocios en Egipto, y regresa camino de un feliz retiro en las praderas de Illinois.
Susan, que está comprando el ajuar de bodas en París, le contó lo de nuestro compromiso, y el viejo ha recalado en Londres para echarme un vistazo.
Si el vistazo es satisfactorio, se plasmará en un cheque transoceánico del tamaño de Illinois... Así que, me conviene aprobar el examen.
Ahí es donde quería llegar, Eugène, viejo cacharro: yo NO PUEDO ver al Senador, porque el maldito Senador ME CONOCE.
¿Te dice algo este titular del Daily Mail?
“REGATA INGLESA ARROJA SENADOR AL NILO”.
La cosa no pudo ser más tonta. Los muchachos de la Legación teníamos un ‘cuatro’ con el que regateábamos por el Gran Río. Aquél día, remábamos cerca de la orilla para esquivar a todas esas chocolateras flotantes que abarrotan las aguas profundas... y tuvimos la mala fortuna de enganchar un sedal, en cuyo extremo resultó haber un caballero obeso con botas de goma y salacot.
Comprenderás que, a 11 millas por hora, el ‘cuatro’ tenía las de ganar... y el señor obeso se encontró chapoteando en el Nilo, como un hipopótamo particularmente torpe.
Conseguí pescarlo con el remo y empujarlo hasta la orilla, pero su actitud era tan poco amistosa que optamos por obviar las presentaciones y remar río abajo, mientras él nos perseguía blandiendo la caña de pescar.
Afortunadamente, el viejo ni se imagina que su “Juan el Bautista” y yo somos la misma persona... pero te garantizo que se acuerda de mi cara tanto como yo de la suya.
¿Ves en qué negra encrucijada me coloca el aciago destino?
Sin visita, no hay cheque... pero, si me ve la cara, ni cheque ni boda.
Le he estado dando vueltas al asunto, y he reparado en un detalle vital: el Senador viene a Londres por última vez. No volveremos a verlo, salvo que nos asalte en el futuro el improbable deseo de ir a cazar bisontes.
Y ahí es donde entras tú, mi buen amigo, mi fiel y queridísimo compañero desde los lejanos días del pan con chocolate y los calzones cortos: tú serás yo.
Parpadea cuanto quieras y vuelve a leerlo, porque será mucho más sencillo de lo que imaginas: recibirás al Senador, le estrecharás la mano y le dirás: ¿Cómo está Vd.? Soy Perry Lacoste, del Foreign Office. ¡Dios salve a los Estados Unidos de América!.”
Será sólo una cena, Eugène. Todo lo más, un desayuno.
Sólo tienes que seguirle la corriente y darle la razón en todo.
(Y eso eres un experto, gracias a tu tía Raspa).
Gracias anticipadas, viejo. Susan te manda un beso. Escríbenos a París con los detalles.
P.D.: El senador llegará a tu apartamento hoy, viernes, a eso de las cinco. No olvides poner mi nombre en el buzón.
Le gusta el pescado de río.
Tu eternamente agradecido amigo,
Perry
CAMBIO DE AIRES
Donde Eugène de Sans-Foy hace partícipe a la joven Lady Parsons de la satisfacción del deber cumplido.
Lou, querida:
Después de leer la carta de Perry, comprenderás por qué no pude asistir a tu festival benéfico. Una pena, porque mi versión de “The Prisoner’s Song” habría entusiasmado a todas las madres del condado, y puede que hasta a sus hijas.
Imaginarás que una carta como ésa dejaría K.O. a cualquiera que no tenga temple de acero y un espíritu verdaderamente aguerrido.
Carezco de ambas cosas, pero la carta llegó el viernes a las cinco menos cuarto, y el Senador tocaba enérgicamente el timbre quince minutos después.
Afortunadamente, Porridge sabe preparar la trucha asalmonada al estilo de Tipperary, y al maldito yanqui le gusta más la trucha que al propio Schubert.
Unas cuantas botellas de mi mejor Riesling Kabinett hicieron el resto.
Acabo de escribir a la feliz pareja, anunciándoles que el viejo Senador se aleja hacia el Nuevo Mundo con una inmejorable opinión de Mr. Perceval Lacoste.
Sólo he omitido un par de detalles especialmente halagüeños, de los que tendrán conocimiento a su debido tiempo.
El primero es que el Senador mantiene excelentes relaciones con Lord Hurricane-Storming, nuestro enérgico Secretario del Foreign and Commonwealth Affairs.
El segundo es que, según me ha cablegrafiado desde el barco, puedo dar por hecho que yo, Perry Lacoste, seré el flamante vicecónsul británico en Reikiavik, plaza por la que tanto suspiré durante la cena.
Después de meses de sofoco egipcio, la feliz pareja agradecerá un cambio de aires, ¿no crees?
Tuyo afectísimo,
Eugène.
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