viernes, 6 de diciembre de 2024

IV. EL CONDE BÉLA


Breve extracto del diario íntimo de Lady Isadora Parsons. 
Pueden Vds. preguntarse cómo ha llegado a nuestras páginas, pero dudo que lo hagan, porque ustedes también son unos cotillas.

Querido diario:

Desde que lo conocí casualmente, mientras contemplábamos “El Matrimonio Arnolfini” en la National Gallery, el conde Béla Dubrovnik habita en mis pensamientos como un doliente fantasma de los castillos de Valaquia. 
Es un alma atormentada, sin duda. ¡Y tan sensible!
Le he invitado a visitar Parsons Manor. ¿He hecho bien?

Béla...
Cuánto misterio encierran esas cuatro preciosas letras… B é l a…


NO LE QUITÉIS OJO

Donde Ebenezer McGrog, colosal mayordomo de Parsons Manor, descarga en sus tres hermanos la zozobra que atenaza su corazón: hay en juego una cuestión de honor. Y en el clan McGregor, con el honor no se juega.


Queridos Murdock, Malamute y Mordecai:

He sabido que en Glendhungledoo se murmura sobre la naturaleza de mi trabajo. Duncan Macallan le dijo a Gregor Glenfiddich que yo era “algo así como un criado”.
Duncan Macallan es una sucia rata de cloaca, y en modo alguno debéis permitir que persevere en sus insidias.
Los McGrog hemos sido mayordomos desde mucho antes de que se llevaran los estampados a cuadros: desde los tiempos heroicos de Uther Pendragon. Y eso es mucho antes de que los Macallan se atrevieran a bajar de los árboles, aunque está en duda que llegaran a subir.

Pero no os molestaría por un asunto tan insignificante. Lo cierto es que a mi joven señora, Lady Isadora Parsons, le ha acometido una de esas crisis pasajeras que la incitan a pequeños despropósitos, como viajar al Continente o asistir a conferencias sufragistas.
Afortunadamente, esta vez la cosa no es tan grave: parte de excursión a las Tierras Altas “para poner en sintonía su desolado espíritu con el paisaje invernal”. 
No sé exactamente a qué se refiere, pero confío en que no le llevará más de dos semanas.

El problema es que no viaja sola. 
Además de Rose, su doncella, y las dos hermanas Poppins, viaja con ellas un fulano harto dudoso y, para colmo, extranjero, al que Milady conoció en Londres. Un fulano que se presentó en Parsons Manor de noche, sin equipaje y embozado en una capa de fieltro: el presunto conde Béla Dubrovnik.

Como van a alojarse en Cardigan Castle, bien podríais echar un ojo, sobre todo a ese tipo, de cuyas intenciones me fío menos que del salmón enlatado que vendemos a los yanquis, Dios nos perdone.

Tenedme al corriente. No hace falta que os diga que el honor de Lady Isadora es el honor de los McGrog.

Sinceramente,
Ebenezer.


EL PÁJARO VOLÓ

Donde Mordecai, el menor y más locuaz de los trillizos McGrog, pone al corriente a Ebenezer del feliz desenlace del asunto que nos ocupa.

Querido Ebenezer:

A la conclusión de la presente, coincidirás con nosotros en que el asunto del conde Dubrovnik ha quedado resuelto a plena satisfacción. 
Sus andanzas nocturnas en bicicleta, a capa desplegada, provocaron alguna alarma en los alrededores de Cardigan Castle; pero Malamute, que tiene buenas piernas, no dudó en seguirle por los oscuros caminos, y nos puso tras la pista de la verdadera naturaleza del personaje.

Durante el día, el conde acompañaba a las damas como un alma en pena, dejando escapar suspiros que acentuaban su deplorable aspecto continental. 

Murdock dice que, en sus tiempos de recluta, a eso le llamaban “hacerse el pollo lastimero”, y es una estratagema de probada eficacia con el elemento femenino.

Las señoritas se desvivían por atenderle. Una de las hermanas Poppins, la gordita, le tejió una bufanda que le hacía parecer un palo al que se ha atado un calcetín.
Lady Isadora mantenía la dignidad propia de su rango, pero, al tercer día, observamos que ella también suspiraba... y eso no nos gustó nada. Era preciso actuar.

Ya habíamos detectado que, entrada la noche, el conde tomaba prestada una bicicleta y abandonaba furtivamente la seguridad del castillo. 
Malamute envolvió con trapos los cascos de Pantorrillas, nuestro mejor pony, y se dispuso a seguirle. El viaje no fue largo.
La primera parada la hizo en “Las Armas del Almirante”, donde se tomó cuatro pintas de stout en lo que Malamute tardó en amarrar su montura. 
La segunda parada le llevó hasta “El Gaitero Soñador”, donde fueron seis pintas más y otras tantas copas del cristalino estimulante que allí llaman whisky, y en el resto del mundo, aguarrás.

La tercera parada la hizo en una zanja no demasiado profunda, ya de vuelta al castillo, donde pasó buena parte de la noche, hasta que, con la aurora, cobró fuerzas para acodarse en la bicicleta y regresar al hogar.

A la noche siguiente, la guardia de Malamute fue en vano, porque el conde no abandonó su guarida. Eso nos dio tiempo para hacer averiguaciones entre los parroquianos y descubrir que la marcada dicción transilvana del conde Dubrovnik se troca en fuerte acento galés cuando se amorra a la botella.
Y tirando del hilo... descubrimos otras cosas que saldrán a colación a su debido tiempo.

La noche siguiente no fue preciso esperarle junto a los fosos del castillo.
A eso de las doce, nos encaminamos tranquilamente a “El Gaitero Soñador”, donde le encontramos rodeado de parroquianos a los que obsequiaba con una versión beoda, pero bien entonada, de “Y Ferch Yn Ffair Llanidloes”.

-“Canta Vd. muy bien, señor Dubrovnik” –dijo Murdock- “Que me ahorquen si no me recuerda a aquél muchacho, Cecil Blevins, al que tan injustamente condenaron por falsificación y estafa en Swansea, hará ahora dos años”.

La torpe intromisión de Murdock privó a los parroquianos del estribillo y al señor Dubrovnik del habla. 
El resto puede resumirse en que el conde consideró del todo innecesario prolongar su estancia en Cardigan Castle y en todo el Reino de Escocia, prestándose voluntariamente a redactar una nota para las señoritas, en la que se excusaba por lo repentino de su partida, pues acababa de saber que su mamá, la condesa, se encontraba mal de salud.

Malamute, siempre tan pesimista, llevaba su “cariñosa” en el bolsillo, por si el asunto requería de alguna persuasión táctil... pero no hubo ocasión. Muy al contrario: la actitud del conde fue tan caballerosa que no pudimos por menos que invitarle a algunas rondas, por valor de una libra y siete chelines, que puedes reembolsarnos por el conducto habitual.

En casa, todos bien. Lord Marlborough, nuestro querido cerdo, montó a la marrana de los Glengoyne, por lo que nos corresponde un tercio de los cochinillos; pero la muy puerca ha parido trece, por lo que habrá que esperar a que engorden para que nos den cuatro cerdos y un tercio, pagando nuestra parte de la manutención.

Tuyos afectísimos,
Murdoch, Malamute y Mordacai McGrog.

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