Hoy, 17 de abril, la Iglesia celebra la festividad de Santa Catalina (Kateri) Tekakwitha, india iroquesa nacida en el actual Estado de Nueva York, que vivió durante la segunda mitad del siglo XVII.
No eran buenos tiempos para los nativos americanos, ni buen lugar, en plena intersección de los establecimientos franceses, ingleses y holandeses.
Tekakwitha, que significa "la que tropieza", era casi ciega a consecuencia de la viruela, endémica entre los indios, y se pasó la vida huyendo de la persecución, tanto de los europeos como de los propios indígenas no cristianos.
Su madre, india algonquina, había sido cristianizada por los jesuitas, cuyas misiones nativas se extendieron desde Canadá al Paraguay, despertando la oposición y la antipatía del poder colonial.
En un mundo en el que la violencia era norma, esta pequeña mujer vivió como suelen vivir los santos: discretamente y para los demás. Murió en 1680, con tan sólo 24 años.
Pese a su juventud, sus restos fueron espontáneamente venerados. Hoy se conservan en la localidad de Kahnawake, Quebec.
Me llaman la atención estos santos discretos, insignificantes en vida, que ni en sueños se imaginaron en un altar. Queda claro que una cosa es ser insignificante, y otra, intrascendente.
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