sábado, 9 de abril de 2022

EPÍSTOLA MORAL


Voy a repescar una entrada de mi antiguo blog a propósito de un sucedido hoy olvidado, pero que levantó algún revuelo en su momento:
Corría el verano del 2011. El senador y Presidente del Cabildo Insular de la Gomera, don Casimiro Curbelo Curbelo, cenaba con su hijo en una marisquería madrileña para celebrar que el chaval había terminado la carrera de Arquitectura.
Hasta ahí, la estampa es entrañable. Pero las noches en los Madriles son largas, y la celebración terminó en un garito llamado "Gola" en el que, al parecer, se ofrecían esmerados servicios de proximidad, no sé si me explico.
La cosa se lió y padre e hijo buscaron una comisaría para denunciar el trato recibido. No fue buena idea, porque ambos terminaron la noche enchiquerados.

La cosa se hizo pública y las reacciones fueron severas. Poco sospechoso de parcialidad antisocialista, EL PAÍS lo contaba así.

Pero no sufran ustedes: a fecha de hoy, quien entonces fue denostado hasta por los suyos no es ya senador, pero sigue siendo Presidente del Cabildo Insular de la Gomera, Presidente de la Agrupación Socialista de la isla y Diputado por la misma en el Parlamento Canario. Bien está lo que bien acaba.
Estoy convencido de que a su hijo también le espera una carrera de éxito. Quién no ha tenido una noche loca en la vida.

Esto es lo que publiqué entonces:

El mundanal ruïdo
es hoy un carnaval tan sin sentido
que envidio a quien escapa
del mundo y hace votos en la Trapa.

Envidio al pobre ruso
que, allá donde, inclemente, Dios le puso,
escarda tristes cepas
y baila el kasatchok por las estepas.

Envidio al bosquimano
que, lejos del febril delirio urbano,
la caza se procura
y vive, para el caso, como un cura.

Contemple el personal
si no soy más veraz que el Pentotal
con este exemplo vivo
del tiempo en que vivimos, tan nocivo:

Un prócer del Senado,
figura preeminente del Estado,
sacaba el pecho fuera:
su nene terminaba la carrera.

No contento con esto,
sacó también, después, los pies del tiesto.
Vayamos paso a paso
y entremos al intríngulis del caso:

La exultación paterna
abrió del sentimiento la poterna,
y es lógico que abriera,
después del sentimiento, la cartera.

¿Qué fizo aquel patricio
canario, de galaico gentilicio,
por esa criatura
capaz de terminar Arquitectura?

¿Adónde osó llevarlo?
¿A Niza, a Saint Tropez, a Montecarlo?
Muy caro. Ni pensarlo.
Metódico y modesto,
calibra el senador su presupuesto:

“Nos da para marisco
y un carro de cubatas en la disco.
Nos vamos de parranda,
y luego, si la Patria lo demanda,
en General Perón,
conozco yo un local de perdición”.

Cumplido su programa,
en vez de encaminarse hacia la cama,
el Diablo, que no duerme,
tentó del senador el alma inerme.

Tentoles, como digo,
al padre, con el hijo y un amigo,
el Diablo con su cola,
y allá los tres se fueron para el Gola.

Mas, hágase el eclipse:
la historia sufra aquí piadosa elipse,
puesto que no sabemos
qué coño hicieron dentro, los tres memos.

Del antro de lujuria
salieron, todos hechos una furia,
y ya rompiendo el día,
buscaron el cartel "Comisaría".

La hallaron, y es desgracia,
que en ella, comportarse con audacia
es causa y es motivo
para pasar de libre a estar cautivo:

El hijo estuvo suelto,
y el padre, en demasía desenvuelto:
¡Maldita, la ginebra...
brebaje que hasta al sabio descerebra!

Habló la prepotencia,
y ni la presunción ni la inocencia
pudieron impedirlo:
el hijo fue a la jaula, como un mirlo,
y el padre y senador,
detrás de su heredero y sucesor.

Oh padres insulares
que vais con vuestros hijos por los bares,
¿por qué acabáis cocidos,
manchando vuestros nombres y apellidos?

Oh padres senadores
con hijos estudiosos, triunfadores,
que acaban la carrera:
¿por qué montáis follón con la Madera?

Políticos con hijos
que andáis por los garitos y escondrijos
de la noche, en la Corte...
En casa, ¿qué dirá vuestra consorte?

Haced como la plebe,
y dadle pasta al niño, cuando apruebe:
En estos homenajes pecadores,
los padres senadores
mejor se quedan fuera,
so pena de joderse la carrera.

Llorando el mal ajeno
termina mi cantar del año onceno.
Mas fue baladronada:
ya han visto que, al final, no pasó nada.

Curbelo persevera
y es hoy el mandamás de La Gomera:
la prueba de que España,
con hombres como éste, no se ensaña.


Y por si esta entrada no había sido lo bastante larga, Fray Josepho nos regala, free total, lo que publicó en su día sobre este mismo asunto:

Narrar vos he una hestoria de mucho regocijo,
d’un senador del Reino que fuesse con su fijo
a çierta mançebía por aplacar el rijo.
Empieço ya a contalla, que non seré prolijo.

La noche en Magerit ya muy çerrada era;
et padre et fijo, entrambos, andaban por la açera,
façiendo muchas eses, con grande borrachera,
por çelebrar que el fijo terminó la carrera.

—Llevar te he, buen fijo (masculla el senador),
a libar el penúltimo copaço de licor
e, commo corresponde a buen proxenitor,
quiçab a que te estrenes en lides del amor.

Conoçer has muy pronto de Venus el arcano,
en esta madrugada caliente de verano,
et a partir de hodie non te farás, malsano,
aquese amor que usas a solas con tu mano.

El fijo, conmovido por ese rendibú
et por la curda enorme, non le dixo ni mu,
ansí que en un garito, que diçen “puticlú”,
entraron e pidieron un güisqui et un vermú.

Había hurgamanderas, rabizas e raposas:
algunas, sin clientes, fablaban de sus cosas;
mas, viendo a padre e fijo, pusiéronse obsequiosas,
moviendo con luxuria sus tetas abundosas.

Al son d’aquella música de baile e de pachanga,
al senador del Reino s’açerca una pendanga
e diçe, remetiéndose por la verixa el tanga:
—Ay, guapo, ven conmigo, qu’el preçio es una ganga.

Al ver a la mançeba sin sostén ni refaxo,
façiéndole, escabrosa, cariçia et agasaxo,
el senador responde, con lengua de estropaxo:
—Arrímate a mi fijo; caliéntale el colgaxo.

Et ante las domingas d’aquella suripanta,
el fijo en ese instante del güisqui se atraganta
et una gomitona le sube a la garganta
et a un otro cliente ençima se la planta.

Et una grand trifulca con ello tuvo iniçio:
por todo aquel tugurio de crápula e forniçio
formóse gritería, escándalo e bulliçio;
quebráronse cristales et ovo un estropiçio.

Al ver la batahola, compareçió el rufián,
que estaba allí enna puerta façiendo de guardián:
s’encara a los causantes de todo aquel desmán
e del local los echa con un tantarantán.

Pues era el rufián ancho cual armario ropero,
muy versado en los lançes del ambiente putero,
e posedía músculos de bien templado açero,
e sin esfuerzo expulsa a padre et heredero.

El padre con el fijo se vieron en la calle,
et al rufián a gritos quisieron insultalle.
—¡Soy senador del Reino, a mí non me avasalle!
Mas non le impresionaba al ruin ese detalle.

De irse rumbo a casa buen momento sería,
pora dormir la mona sin dubda hasta otro día.
Mas fueron dando tumbos con bravuconería
buscando por las calles una comisaría.

Et por azar falláronla muy çerca, quasi enfrente,
et en la puerta había d’uniforme un axente,
et apremiolo el padre: —Venga inmediatamente,
ca d’un burdel çercano echáronnos vilmente.

—Señor, vaya a dormilla (responde el funçionario),
que estoy de borrachingas fasta el antifonario;
y ençima Çapatero redúxome el salario,
pora pagar las debdas del “bum” inmobiliario.

—Non sabe usted, axente, con quién está fablando;
soy senador del Reino, con bromas no me ando:
acuda al lupanar, que ya m’está tardando,
sin rechistar ni pizca, porque yo se lo mando.

Siguiéronse denuestos e muchos malos modos,
e los demás axentes salieron fuera todos:
aína detuvieron a aquellos dos beodos
que daban reçios golpes con pinreles e codos.

Non debo repetillos los vergonçosos tacos
e crudas palabrotas de los dipsomaniacos:
vexaban a los guardias talmente cual bellacos
e quasi semejaban posesos demoniacos.

Durmieron esa noche la curda en calabozo,
egual el senador commo su fijo mozo.
E fasta del burdel del malogrado gozo
pusiéronles denunçia por daños e destrozo.

E pide todo el mundo qu’el senador soez
dimita de su cargo con mucha rapidez:
a ver si algún político, d’una ramera vez,
responde de sus actos sin trampa ni doblez.

Acabo ya mi enxiemplo, benévolo lector,
con una humilde súplica a Dios Nuestro Señor:
después de que dimita aqueste senador,
¡que cierren el Senado: será mucho mejor!

2 comentarios:

  1. No, desde luego que a los socialistas no les pasa factura ninguna de las barrabasadas que hacen y, son muchas

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  2. Qué mal pensada. ¿Cuándo se ha hecho la vista gorda a alguna barrabasada socialista? -Caso de haber existido alguna, cosa que niego radicalmente-

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