lunes, 16 de mayo de 2022

ESPAÑA Y EL ULSTER: EL MORENO Y EL RUBIO

 
No suelo escribir opinión en prosa, porque a nadie le importa un pito... pero mira: hoy voy a hacer una excepción.

Los lectores de prensa (y eso que somos casi una élite entre el pasotismo dominante) nos alimentamos mayoritariamente de titulares. Así, la victoria del Sinn Féin en las elecciones de Irlanda del Norte ha sido repetida y encumbrada como una victoria del republicanismo y un prolegómeno de la imparable unificación de la isla.

Si uno va más allá de los titulares, se da cuenta de que las cosas no son así.
Irlanda del Norte vive un delicado equilibrio político y social, sostenido por el acuerdo de Viernes Santo, en el que los sectores hasta entonces enfrentados en las calles acordaron posponer sus objetivos maximalistas para posibilitar un día a día en paz.
Suena sensato, y lo es, porque hicieron falta décadas de brutalidad enquistada para asumir la frustración como un precio aceptable para poder ir por la calle sin mirar atrás.

El acuerdo de Viernes Santo es un statu quo precario, puesto que ni católicos ni protestantes (esta terminología es una convención, porque la fe pinta bien poco en esta carnicería enquistada) ni católicos ni protestantes, digo, han renunciado a sus objetivos políticos; sólo han acordado aplazarlos mientras el equilibrio de fuerzas va oscilando sin interferencias violentas.

El Sinn Féin es el IRA, como Bildu es ETA. Esto no es una opinión: es un hecho.

En ambos casos, la imagen pública de ambos partidos legales ha ido alejándose de la más histórica y sangrienta. En primer lugar, porque sus organizaciones "militares" han dejado de operar. Esto es: de matar gente por la espalda. En segundo lugar, porque sus líderes han tenido la habilidad de blanquearse ante una opinión pública con memoria de pez.
Para esto han contado con ayuda. En el caso del Sinn Féin, la de el poderoso lobby norteamericano-irlandés, y en el caso de Bildu, la del mismísimo Gobierno de España, que necesita sus votos para sobrevivir encaramado al último risco del extremismo.

Los que no han olvidado el origen del Sinn Féin son los unionistas probritánicos, nada dispuestos a facilitar el pragmatismo institucional si no cuentan con la posición dominante. Y, a falta de peso electoral suficiente, fían esta posición al apoyo del Pedro Sánchez británico: Boris Johnson.

Quizá sea exagerado equiparar al rubio con el moreno, pero hay conexiones inequívocas: una desmedida ambición personal y un más que escaso apego a la palabra dada.


Johnson es el plus ultra de los disparates que inició Camerón de la Isla, como Sánchez lo es de los de Zapatero; y ambos han sabido llegar muy lejos en las aventuras heredadas: la de Sánchez es la voladura institucional del modelo de Estado. La de Johnson, el Brexit.

Si Pedro culpa a la guerra de Ucrania de una crisis que empezó con él, Boris disimula en la pospandemia las consecuencias de un Brexit en el que lo único que circula libremente es la incertidumbre.

En Irlanda del Norte, el pifostio generado por la salida de la UE ha puesto en peligro el precario equilibrio político: el acuerdo de Viernes Santo proscribe expresamente cualquier forma de frontera física entre el Norte y el Sur de la isla, por lo que Johnson tuvo que pactar con Bruselas que las aduanas estarían en el mar, dejando al Ulster dentro de Irlanda.

Cabía suponer que esto sería visto como una traición por los unionistas, pero también que la idea de volver a las aduanas con la República iba a espantar a los habitantes de ambas Irlandas, con independencia de sus filias.
Esto se sabía, pero el Brexit iba a ser tan maravilloso que había que correr el riesgo.

Bien: los ríos de leche y miel no acaban de fluir por culpa de la pandemia, pero los marrones ya están a pleno rendimiento.

Los unionistas exigen a Johnson que se salte el acuerdo firmado con Bruselas.
El Sinn Féin le avisa de que cualquier paso en este sentido rompería el acuerdo de Viernes Santo y abriría paso a la reclamación unilateral de unificación.

¿Qué hará Boris? Dios lo sabe, pero, conociendo a su homólogo moreno, puedo imaginarlo: ganar tiempo, mentir a todo el mundo y sobrevivir mientras pueda, aún a costa de dejar tras de sí una catástrofe de la que no se podrá salir sin sufrimiento y en mucho, mucho tiempo.

2 comentarios:

  1. Buen artículo, pero he echado de menos una referencia a "Las fiestas de Boris" que todavía expresan mejor el tipo que es.

    ResponderEliminar
  2. A Johnson sólo le falta el balconning. Sánchez es más de mirarse al espejo.

    ResponderEliminar