viernes, 22 de noviembre de 2024

II. "ESCÚCHAME, WILBUR"


Donde conoceremos a un personaje clave en esta historia: Wilbur Porridge, amorosamente descrito por su tío y padrino, el reverendo padre McCaulin, cura párroco de Pudding Point, en el condado de Tipperary.

Escúchame bien, Wilbur Porridge:

Te conozco desde que me echabas a perder la sotana con tus pringosas babas de lactante. 
Siempre me has caído gordo, Wilbur, porque eres el vivo retrato de aquél maldito tarambana de Malaquías Porridge, que Dios guarde donde Él guarda a los réprobos, a los sacrílegos y a los ingleses en general. 

Mi pobre hermana Eyleen era una santa, pero la santidad, que irradia desde los Cielos, sólo le alcanzaba hasta el ombligo. 
Eso explica que permitiera hacerle un hijo a aquél maldito tarambana, jugador y borracho de Malaquías Porridge, “el Jabonoso”, al que te pareces como si hubieras nacido de un esqueje.

Desde que aprendiste a sostenerte en pie, has encaminado tus pasos a dos únicas metas: la cárcel de Limerick y una plaza a perpetuidad en el infierno. Del primer sitio te he ayudado a salir por la bendita memoria de mi hermana. Cuando llegue tu día, ni el mismo San Patricio te sacará del segundo.

Escúchame bien, Wilbur Fineas McCaulin Porridge: no voy a ocuparme de tu alma negra, porque está tan condenada como la del mismísimo Oliver Cromwell; pero voy a darte la oportunidad de vivir de manera decente, comer con vino, llevar trajes de tres piezas y zapatos sin agujeros. Y lo voy a hacer porque creo que sólo la opulencia y la holgazanería pueden ralentizar el inexorable decurso de tu perdición.

Al dorso de estas líneas está la dirección en Londres de un caballero llamado Eugène de Sans-Foy. Se trata de un caballero de verdad, Wilbur, no uno de esos lechuguinos con pantalones a cuadros, que trabajan en la City y conducen carruajes a motor. Es un verdadero caballero y, por tanto, lo suficientemente inútil como para necesitar un ayuda de cámara que le vista, desvista, alimente y arrulle como a los capones de deán de Kilmacduagh.

Ése será tu trabajo: serás el valet de Monsieur de Sans-Foy. Serás su servidor y su guardián, su cocinero y su chófer. Te interpondrás entre él y todas las incomodidades y peligros de este mundo, y lo harás por tres libras y doce chelines a la semana, domingos libres y la tarde de un jueves de cada dos.

Si cumples con tu cometido, sobrino, podrás engordar respetablemente y regresar un día a Pudding Point, donde te casarás con la O’Raferty más pecosa y pelirroja que encuentres, y criarás tu propia piara de cerdos y tu propio rebaño de hijos, como el buen cristiano irlandés que eres. Al menos, por parte de madre.

Si no lo cumples... Si recurres al embuste, la argucia y el embeleco, porquerías más propias de un saltimbanqui jugador y borracho como tu padre... no tendrás que preocuparte por la cárcel. No iras a la cárcel ni a ningún otro sitio en esta tierra, Wilbur, porque yo mismo iré a buscarte y te mataré a palos con mi garrote de endrino.
Sabes que lo haré. Por la Santísima Trinidad que lo haré, como me llamo Fergus Murtagh McCaulin.

 Amén.

ADIÓS A TODO AQUELLO

Donde Wilbur Porridge se despide de su tio paterno, Seamus Padraig Porridge, con el el que siempre estuvo en mejor sintonía espiritual.

Querido tío Seamus:

Lamento que nuestros esfuerzos por convertir el juego de cartas en un esparcimiento honesto entre caballeros hayan acabado tan abruptamente.
La culpa fue mía. Nada debí objetar a aquel full del sargento Flanagan, y menos, apelando al insignificante tecnicismo de que los tres ases eran del mismo palo. 

El tío Fergus, al que llamamos cariñosamente “el Cuervo”, se ha propuesto llevarme por el buen camino y me ha proporcionado un empleo en Londres. Creo que será buena idea cambiar de aires.

Le ruego recupere mis objetos personales, que habrán de serle devueltos por el sargento Flanagan: la tabaquera de peltre, la medalla de San Columba y la cartera de piel de tiburón con doce libras, veintitrés chelines y dieciseis peniques.

Debajo de la baldosa de costumbre, junto a la mesilla de noche, encontrará los útiles de la profesión: seis barajas de cartas nuevas y otras tres ‘aparentemente’ nuevas, a las que no dudo sabrá sacar provecho. 

También hay un revólver mohoso, que no voy a necesitar, y un librito con tapas de hule donde constan las deudas de la clientela. Tráteles con la cortesía habitual.
Si el dueño de “La Sirena Varada” se hace el remolón, bastará con que se ofrezca a anunciar la deuda a su encantadora esposa.

Despídame de Sally, la camarera. Es una buena chica. Si llora, puede ofrecerle una guinea, dos como máximo. No le dé tres ni aunque le sumerja en llanto hasta a las rodillas.

Suyo afectuoso,
Wilbur Porridge

domingo, 17 de noviembre de 2024

I. ¡NOTICIA BOMBA!

Donde Eugène de Sans-Foy narra a la señorita Parsons las felices circunstancias de su compromiso matrimonial.

Lou, querida:

Créeme: estoy tan sorprendido como tú.
Cuando llegué a Bollington Court para la temporada del urogallo, la idea prometerme en matrimonio ocupaba en mi mente un lugar próximo a la de hacerme monje o pintarme las uñas de los pies.
Pero... ¡la vida toma sus propias decisiones!

Nunca ha habido secretos entre nosotros, darling (a excepción de aquel turbio asunto de la patente del descorchador de sidra) pero volvamos al tema.
Lo cierto es que habíamos pasado un sábado estupendo, matando bichos y peleándonos por los cadáveres. ¡Nada como una masacre indiscriminada para fortalecer el ánimo y la autoestima!

Es el tipo de cosas que hizo de nuestros antepasados los grandes hombres que fueron. (Claro que, ellos no se limitaban a matar aves) Lo cierto es que regresamos a casa pletóricos de energía animal.

Durante la cena, el clarete y el jerez produjeron su salutífero efecto calmante, y todo el mundo se sentía estupendamente. Todos. Incluída Mary Tipton, que parecía haber superado su etapa espiritista, sufragista y Hare-Krishna, para volver a la alegría mundana. Demasiado mundana, en realidad.
Cuando las señoras se retiraron de la mesa, creí haberme librado de sus atenciones, pero, a lo largo de la velada, percibí que su actitud hacia mí era, digamos, incómodamente amistosa.

Cuando me empujó dentro del cuarto de la plancha y empezó a forcejear con mis pantalones, comprendí que el cariz de los acontecimientos aconsejaba una retirada estratégica, así que salté por la ventana. Afortunadamente, era un primer piso, y justo debajo estaba el pequeño Morris del reverendo Foxtrott. Ya sabes, el azul. Es mejor que lo recuerdes como era.
No tuve tiempo de evaluar los daños: paralizado por el terror, pude ver cómo Mary Tipton se descolgaba velozmente por el canalón. En ese momento supe cómo se sintieron los belgas cuando los alemanes atravesaron impunemente el Mosa.

Por segunda vez en tan breve tiempo se me presentaba la oportunidad perfecta para una retirada estratégica. Cojeando, con el frac algo maltrecho, me escabullí entre los parterres como un zorro acosado y gané las escaleras. Minutos después, desfallecido, pero a salvo, cerraba la puerta de mi habitación.

¿Mi habitación? Sí, por supuesto... La tercera a la derecha. ¿O era a la izquierda? 
Aquél sencillo camisón de gasa desplegado sobre la cama me dio la respuesta.
Una delicada voz de mezzo cantando “O Danny Boy” desde la ducha, confirmó mis temores.
¡Diantres! Me había metido en la habitación de la pequeña Bollington.

-Tranquilidad y firmeza, Eugène - me dije- Aún no ha sucedido nada irreparable. 

Conteniendo la respiración y con los zapatos en la mano, me deslicé por el parquet en dirección a la puerta. La abrí sin ruido y me vi de nuevo en el pasillo. ¡Era libre!

-Buenas noches... Monsieur.

¡Maldición! De entre todas las criaturas con las que Dios, en su infinita sabiduría, ha poblado los continentes, las islas y los pasillos, ¿tenía que tropezarme precisamente con el reverendo Foxtrott?. Saludé con una reverencia y me encerré en mi habitación, a solas con mi conciencia.

-Eugène, muchacho... Después de esto, tendrás que casarte. Noblesse oblige... -dijo mi conciencia, que es así de redicha-

Se lo comuniqué a la interesada en el desayuno, mientras finiquitaba sus huevos con beicon:

-Precioso vestido, querida. Por cierto, uh... ejem... Estamos prometidos. 

Me miró con esos enormes ojos de gacela, color de avellana, y pensé: -Caramba... Quizá no haya sido una tragedia griega, después de todo. 

-¿Ah, sí? Hum... ¿Y cómo ha sido eso? –replicó, mordisqueando una tostada-

Se lo expliqué en pocas palabras, y sólo añadió un -“Oh, vaya”.
Bien mirado, no se lo tomó tan mal, vistas las circunstancias y todo eso.

Tampoco hubo tiempo para más. En ese momento, el reverendo Foxtrott, que nos devoraba con la mirada, se dirigió a la duquesa y le dijo: “Creo que estos jovencitos tienen algo que anunciar”. ¡Y eso fue todo! ¡Estamos prometidos!
Mary Tipton se desmayó, y todos los demás parecían tan felices que nosotros también lo fuimos, y así hemos seguido desde entonces.

Ah, l'amour... l'amour est un oiseau rebelle!


NEGROS NUBARRONES

Donde Lady Parsons se muestra escasamente optimista sobre el futuro de los contrayentes.


Eugéne, querido:

No recuerdo haber estado tan perpleja desde que Lord Stanford se hizo anunciar en Ascot como Lady Stanford.
¿De veras crees que estás preparado para dar ese paso?
Alguien que colecciona insectos muertos y comparte la vajilla con su perro no está en condiciones para el matrimonio. 
¡Eugéne! Ni siquiera eres capaz de acercarte a un bebé. Recuerdo aquella vez que te dejaron a cargo del pequeño Fitzwilliams y acallaste sus insistentes llantos con un chorro de sifón.
En fin... Tendremos de aceptar lo irremediable.

Si me pides mi opinión, (No has tenido el detalle de hacerlo, pero te la daré, de todos modos) aunque estés decidido a inmolarte en el altar de Himeneo, Lady Bo no es la persona adecuada. 
En mi reputado Peerage particular, la describo como rica por parte de padre, noble por parte de madre y tonta por parte de ambos. Algo a medio camino entre madonna prerrafaelita y mosquita muerta. No sé si me explico.

Claro que, si perseveras en tu compromiso... estoy dispuesta a darle una oportunidad:
Os espero a los dos en Parsons Manor para el Año Nuevo. 
Te prometo que Mary Tipton no asistirá. Creo que está en el Continente, recibiendo algún tipo de consolation spirituelle.
No dejéis de venir, o Mamá Parsons se enfadará. Y ya conoces la simbiosis de pensamiento entre Mamá y tu tía Lady Raspa. (Sobre todo, en lo referente a testamentos y sobrinos desagradecidos).

                                                                                                                   Afectuosamente

                                                                                                                                       Lou