Escribí este cuento navideño allá por 2013. Lo cuelgo aquí como precuela del que publiqué ayer. No sé si este blog va a ir de cuentos, de versos o de qué. Vosotros no os quejéis, que es gratis.
El inmoderado asesino Pérfidus Bocarte McFoster se detuvo ante la puerta del Syphilis Saloon, en Pottawatomie Creek, y escupió su mascada de tabaco sobre uno de los huérfanos mestizos que corrían a amarrarle el caballo.
-Cuida de Ripper mientras yo esté dentro, o me haré una fusta con tus tripas.
El cielo estaba encapotado. Negros nubarrones se cernían sobre el condado de Franklin, y el chasquido de un trueno, sucio como un árbol que se parte en dos, rechinó cuando Pérfidus cruzaba la puerta del saloon.
-¡Bourbon, maldita sea! ¡En un vaso limpio!
El camarero, el proscrito Moses Slotnick, buscado en tres Estados por rapto, violación y profanación de cadáveres, tragó saliva y sintió que la camisa no le llegaba al cuerpo.
-En s-seguida, se-señor…
Su hermano Mordecai, exconvicto, pirómano y pederasta, intentó cerrar discretamente la tapa del piano y escabullirse, pero un leve chasquido le apercibió de que McFoster le miraba por el ojo de su 44 Russian.
-Siéntate y toca… Esto parece un funeral. ¡Y lo será, maldita sea! ¡pero no me gustan los funerales tristes!
Pérfidus cogió su botella y fue a sentarse en la mesa del rincón, cuyo único ocupante fue desalojado por el expeditivo método de clavarle la espuela en la pantorrilla.
El pianista, que aprendió los rudimentos del oficio en la penitenciaría de Wichita, atacó un alegre ragtime con la naturalidad de un pastor metodista bailando una polka rápida. McFóster escupió el bourbon y soltó una maldición que no había sido pronunciada desde que los españoles le cortaron la oreja a Jenkins con un cuchillo mal afilado:
-¡Qué demonios es eso! ¡Quiero música! ¿Es que no sabes algo mejor?
Mordecai sintió que sus esfínteres estaban a punto de rendirse. En un último esfuerzo por no ceder, sus dedos atacaron el teclado sin dejar que el cerebro interfiriese en el asunto. Una melodía lenta, casi inaudible, fue extendiéndose desde las carcomidas tablas del piano:
Primero fue un leve tic en un ojo, el izquierdo, concretamente, que es donde le alcanzó la fusta del hacendado Smithers, al que asaltó y decapitó en Dodge City. Poco a poco, el tic se convirtió en lágrima… y finalmente, ante los ojos incrédulos y pitañosos de los parroquianos del Syphilis Saloon, en Pottawatomie Creek, Kansas, el inmoderado asesino Pérfidus Bocarte McFoster se deshizo en llanto como una Magdalena.
Nadie ha vuelto a verle, pero, cada vez que en Pottawatomie un niño tiene miedo en la oscuridad, le basta canturrear bajito esta canción para dormir en paz:
No soy docta en esto de la escritura pero me ha transportado a esos lares inmundos que se me antojan también cercanos. No cree?.
ResponderEliminarPué jé...
EliminarA mi también me ocurre. Y mire que no soy aficionada al western, pero la descripción minuciosa de cada detalle consigue atrapar al lector.
EliminarDeseando saber qué le deparará a Pérfidus.
A veces es parco en palabras leñe.
ResponderEliminarNo sabía que usted Mesié fuera el padre del despiadado "Pérfidus McFoster". Ha jugado al despiste. Enhorabuena por el personaje.
ResponderEliminarQue lo echaran de twitter, tal y como está la red, es como un reconocimiento a la libertad de expresión.
Saludos, (@pepejavi)
Bueno, la verdad es que a Pérfidus le parió una madre, aunque es difícil de creer. Yo me limité a glosarlo, aportando algo de humanidad de la que el original carece.
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